jueves, 19 de enero de 2012

INFANCIA de J. M. COETZEE


“Nada de lo que experimenta en Worcester, ya sea en casa o en el colegio, lo lleva a pensar que la infancia sea otra cosa que un tiempo en el que se aprietan los dientes y se aguanta”.
Difícil imaginar una infancia llena de soledad y rechazo, en una mente plena de riqueza y deseosa de descubrir el mundo. Cuesta observar un alma que comienza su vida en el encierro y está invadida por el desprecio a su mundo, dueña de una personalidad que termina en el 2003 con el Premio Nobel de Literatura en sus manos. Coetzee, es el autor y el protagonista de estas líneas cargadas de desconcierto, pero llenas de detalles sobre su mundo infantil. Podemos descubrir en ellas que contó con una madre sobreprotectora y valiente, que pudo amarla y odiarla al mismo tiempo, reconociendo en ella todo su potencial y su capacidad para luchar por él y su hermano, ante la presencia de un padre pasivo y poco diligente al que nunca quiso. Muchas son las vivencias que logra recrear Coetzee para mostrarnos su ir y venir de Worcester a Ciudad del Cabo, y para reflejar las múltiples contradicciones que formaron su mundo infantil. Culpa a su madre por no pegarle, ni castigarlo como sucede en las otras familias que lo rodean, y paradójicamente se estremece al pensar en su terrible respuesta si ello sucediera. Lo mismo pasa en el colegio donde siempre fue el primero y el alumno más listo y donde nunca fue castigado. “Si alguna vez lo llamaran para azotarlo, se produciría una escena tan humillante que nunca más podría regresar al colegio; no le quedaría más remedio que suicidarse”, al tiempo que expresa: “Nunca lo han azotado y se siente avergonzado por ello”. Contrastes que llevan al lector a pensar en la presencia de una doble vida.

Las imágenes de la infancia de Coetzee han quedado guardadas en este libro escrito en tercera persona con una gran sinceridad y elegancia. Algunas tan sutiles como el papel del caramelo que suelta por la ventana de un bus y lo deja volar hasta perderlo, o placenteras como la granja de su familia donde se siente a gusto y en especial con la presencia de su tío Son que es quien la trabaja, otras tan crueles como el dedo de su hermano triturado por una máquina por provocación suya, o cargadas de aversión como la visita a la tía Annie que está en el hospital con la cadera rota y no resiste la visión de sus uñas largas y negras, y muchas veces el recuerdo negativo de su padre, un abogado que lleva a la familia a la ruina e impone el dominio de su madre en el hogar. Y de todas ellas sobresale su desprecio por la gente nativa y de color, los afrikaners, “agresivos y amenazantes”, con quienes comparte en la escuela, pero siempre su mirada despectiva está sobre ellos. Estos y los ingleses se imponen en su vida escolar cuando se hizo más difícil su convivencia con personas de diferente color, religión y estatus social. Por fortuna, en su mundo se impone su gusto por la literatura y por los libros que se esfuerza por salvar de su desaparición.

“Lo han dejado a él solo con todos los pensamientos. ¿Cómo los guardará todos en la cabeza, todos los libros, toda la gente, todas las historias?  Y si él no los recuerda, ¿quién lo hará?”
Una obra autobiográfica que nos regala este sudafricano de 63 años y que son la base de sus producciones literarias. Queda entonces la invitación a leer Juventud y Verano para completar su trilogía y así darle continuidad a esta historia que conmueve, a la vez que ayuda a dar claridad a un personaje invadido por temores, dudas, desilusiones, sueños y deseos. Un personaje que se atreve a hacernos cómplice de sus vivencias. LVV