martes, 11 de noviembre de 2014

"VERDE AGUA" de Marisa Madieri

 
“Toda la vida es una larga, paciente espera”
 
 
“Hay algo bueno en envejecer. Se gana serenidad, conciencia y, al mismo tiempo, humildad”
 
 
«También verde agua se llamaba aquel color, que para mí es aún hoy el color del amor»
 

VERDE AGUA es un regalo de mi hijo Felipe, proveniente de su admiración a Claudio Magris. Aún recuerdo su imagen en internet al lado de este escritor que lo llenó de orgullo y que seguramente lo motivó a comprar este libro para su querida mamá. La esposa de Magris, Marisa Madieri (Italiana 1938-1996), su compañera de vida y su figura del amor, tiene mucho que decirnos y sus palabras han sido interpretadas como un canto a la soledad, al abandono y al sufrimiento del que fue víctima en su infancia y juventud. Una soledad que nace en su mismo hogar donde percibe a su madre víctima de la tiranía materna, posteriormente de su suegra, para terminar aislada y maltratada por su padre, un hombre que no supo valorarla y que con frecuencia buscaba otras mujeres. Fue también encarcelado y poco se esforzó por trabajar y por ejercer su profesión para darle una vida digna a su familia que lo perdió todo, llevando una existencia mísera y precaria durante muchos años como exiliados en campos de refugiados. Es el ambiente de Silos de Trieste, con «un paisaje vagamente dantesco, un nocturno y humeante purgatorio» donde vivió Marisa hasta llegar a la adultez. Por fortuna, su madre en medio de la pobreza y desolación, siempre deseó una vida diferente para sus dos hijas y las impulsó a estudiar y a salir adelante desafiando las dificultades. Y gracias a este apoyo y a su capacidad de lucha, Marisa terminó viviendo como siempre había deseado vivir, con “el amor y la existencia compartida, los hijos, la casa y tantos afectos dentro y fuera de ella”.
 
Marisa Madeiri narra también el éxodo istriano con total libertad, con respeto por todos, sin ánimo de ofender a nadie. Escribe la historia de su familia italiana, víctima del régimen yugoslavo al tiempo que descubre sus raíces familiares eslavas y húngaras. Al final de la II Guerra Mundial, la Yugoslavia de Tito, no solo recuperó tierras étnicamente eslavas –incorporadas con anterioridad a Italia- sino que ocupó e hizo suyas tierras en las que vivían italianos como la autora de este libro. Un relato nostálgico, narrado con un lenguaje sutil, pleno de dulzura y de una actitud generosa ante la vida. Una especie de diario donde combina recuerdos del pasado con vivencias del presente, y nostalgias y dolor por lo vivido con temores e incertidumbre frente al futuro. Al final de él, las palabras de Magris, aparecen reforzando ese sentimiento amoroso hacia su esposa ya fallecida, pero que siempre continúa a su lado. LVV

Claudio Magris con mi hijo Felipe
 
"¿Cómo hablar de una persona que ha escrito libros de rara intensidad y que es también la compañera de la vida, la figura del amor y de la existencia compartida, cuya desaparición ha mutilado mi vida y que sigue presente en las cosas y en las horas?". Claudio Magris
 
“Verde agua es en primer lugar el testimonio de un drama histórico, de una experiencia colectiva que en el libro se encarna en una vivencia personal”. Claudio Magris
 
 

sábado, 8 de noviembre de 2014

ANA MERCEDES HOYOS


Un homenaje a la pintora y escultora colombiana Ana Mercedes Hoyos, llamada también “Maestra del color del trópico”, que falleció el pasado 5 de septiembre. Nació en Bogotá en el año 1942 en una tradicional familia paisa que le permitió desarrollar su gusto por el arte y romper con la tradición de ser una dama consagrada al hogar o a una carrera femenina. Frecuentó museos de Estados Unidos, México y Europa y descubrió que seguiría los pasos de los grandes pintores. Inició entonces sus estudios de artes plásticas en la Universidad de los Andes y la Universidad Nacional, sin lograr culminar la carrera. Sin embargo, allí conoció a profesores como Juan Antonio Roda, Luciano Jaramillo, Armando Villegas y Marta Traba que descubrieron su valor y la impulsaron a dedicarse a la pintura. En 1967 se casó con el arquitecto Jacques Mosseri, con quien estableció la mejor complicidad en la vida y en el arte y fue su eterno compañero en esa búsqueda incesante de nuevos caminos. Con él tuvo a su única hija, Ana, que significó la mayor riqueza y quien también siguió sus pasos.
 
Cultivó la pintura geométrica que se aprecia en su producción inicial de ventanas y puertas, luego evolucionó hacia producciones más abstractas con tonos claros, se interesó por la recreación de pinturas famosas en la historia del arte, y terminó con el uso de colores fuertes y casi planos. Desde entonces, en el año de 1987, sus trabajos se centraron en obras figurativas con motivos nacionales como la serie de papagayos, las vendedoras de frutas y los bodegones de Palenque. Esta última producción marcó en ella su gusto por exaltar la riqueza de la raza negra, al tiempo que quiso hacer denuncia del sometimiento y la injusticia que viven las negritudes en América y en Colombia. Investigó las costumbres de San Basilio de Palenque y se centró en el tema de la esclavitud y de la libertad de las negritudes hasta el punto de convertirse en una abanderada de sus derechos y plasmarlo en sus cuadros. A nivel nacional e internacional, obtuvo diversos premios y reconocimientos por su trabajo que siempre marcó el alma de esta mujer rebelde y comprometida con su arte, una de las pintoras colombianas más innovadoras del siglo XX. LVV