Cuando muere una mujer que escribe versos o una poeta –no “poetisa” ya que las mismas representantes de este género rechazan el nombre- se apretuja el alma de quienes hemos descubierto en sus palabras la fiel interpretación de nuestros sentimientos. Porque ella no sólo tuvo la inspiración precisa para dar con el tono y el sentido de nuestro deseo, sino también el coraje de desnudar su alma y mostrar al mundo la tormenta que fluye en el corazón de una mujer sensible.
Meira Delmar supo convertir las ausencias en ilusiones eternas, los desencuentros en antiguas memorias, la soledad en lluvia de metáforas, las noches de insomnio en colección de versos. Ella sencillamente interpretó el mundo con los ojos puestos en los colores del viento, con sus oídos atentos a la música del alba, su boca presta a reconocer el sabor de la melancolía, su olfato impregnado del olor de infinitos naufragios, y sus manos con el perfume del silencio entre los dedos.
Ahora queda sola y serena, ajena a la lucha contra el olvido. Ella, que construyó retornos con angustia viva, puede encontrar al fin el camino de regreso sin lágrimas, sin sollozos… acompañada del eco de insondables voces marinas. LVV
PRESENCIA EN EL OLVIDO
Tú ya no tienes rostro en mi recuerdo. Eres,
nada más, la dorada tarde aquella
en que la primavera se detuvo
a leer con nosotros unos versos.
Y eres también esta y leve
melancolía que con sus pasos mueve
sobre mi corazón,
y casi no es melancolía...
Alguna vez yo tuve
tu rostro y tus palabras...
Hoy no sé qué se hicieron.
Hoy eres solamente
esas pequeñas cosas que se llaman
un día, un libro, el lento
caminar de la mano de la estrella.
y a veces –pocas veces- el silencio
fijándome los ojos desolados
en un sitio del aire, como ciegos...
Yo sé que estás lejos de mi limite,
que ya no eres ni la voz ni el eco...
Si por el cauce de mi sangre subes,
llegas, vano fantasma, ante mi sueño.
Y te quiero mirar, y es esa tarde
dorada, que ya dije,
lo que encuentro...
La tarde que tenía un campanario
entre los dedos,
y una humana dulzura en la forma de entendernos...
Tú ya no tienes rostro.
Ya no eres.
Meira del Mar