martes, 22 de marzo de 2016

LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER de Svetlana Alexiévich

“Hija mía, para contar nuestra Historia hacen falta centenares de personas como usted. Para describir todos nuestros sufrimientos. Nuestras incontables lágrimas”.

“Recordar asusta, pero no recordar es aún más terrible”.

Una obra construida con voces de la vida diaria, con voces femeninas que desahogan su alma después de años de silencio. Empieza cuestionando por qué las mujeres no habían sido capaces de defender su historia, sus palabras, sus sentimientos. Se hace necesario entonces humanizar la guerra para hacerla ver diferente. Para ello hay que recordar y hacer de este acto creativo un arte que duele, pero que ayuda a contar infinitos sufrimientos y vivencias. Así, Svetlana Alexiévich, la periodista y escritora bielorrusa, Premio Nobel de Literatura 2015, entrevista a cientos de mujeres -alrededor de 500 entrevistas- que parecen escuchar el sonido de su alma y lo verifican con palabras. Lee las voces de estos testigos humildes y sencillos y las transforma en literatura.  Y escucha con atención su dolor y sus silencios. Imposible grabar los ojos, las manos, el llanto, el asombro, las emociones de ellas. Termina escribiendo no sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra, la historia de sus sentimientos, de sus vivencias, de su alma. La historia de las mujeres en la guerra. Una guerra femenina que tiene sus propias palabras y su propio llanto. Tiene también “sus propios colores, olores, sonidos, su iluminación y espacio”. Es decir, tiene su propia fantasía, sin perder la pista del espíritu humano, “allí donde el sufrimiento transforma al hombre pequeño en un gran hombre”. Sus historias fueron ocultadas por la censura y afortunadamente en el año 2002 fueron recuperadas en un marco de sinceridad y libertad. Toda una carga de experiencias dolorosas relatadas con odio, perplejidad y hasta ternura que sus relatoras ya no quieren recordar. “Un grito que debe guardarse en algún lugar del mundo”, voces que se suman en “un mar de lágrimas”, pero que terminan ratificando ese amor por la vida y considerándola el regalo más grande.

“¿Qué es la felicidad? Es encontrar entre los caídos a alguien con vida”.

“Lo más espantoso de la guerra es la muerte, es tener que llevar calzones de hombre”.

 “No todo el mundo es capaz de someterse a la disciplina militar y la naturaleza femenina se opone al régimen del ejército”.

 “Matar con tus propias manos produce miedo”.

 “La guerra huele a hombre”.

“Nada del color de la sangre”.

“Para mí las armas nunca han sido bellas, me es del todo incomprensible la admiración que sienten los hombres ante una pistola. Yo soy mujer”.

“Si renuncias a ser mujer, no sobrevives en la guerra”.

“Muy pronto, ya en las primeras conversaciones, me di cuenta: independientemente del tema concreto del que hablaran, incluso hablando de la muerte, las mujeres siempre mencionaban la belleza, ese eje indestructible de su existencia”. (Svetlana Alexiévich)

¿Qué información exacta recoge la periodista-escritora para hacer su libro? La historia de las mujeres soviéticas que van a la guerra deseosas de participar en el Ejército Rojo durante la II Guerra Mundial. Quieren ayudar a su patria a vencer a los alemanes y demostrar el amor a su país, sintiéndose grandes e iguales a sus compañeros. Imposible quedarse en casa esperando calladamente el triunfo o la derrota. Se les niega la posibilidad de emprender esta aventura  e insisten una y muchas veces. Al lograrlo solo encuentran tragedia y desolación; solo ven hambre, dolor y sangre. ¿A dónde han llegado? A un infierno pleno de llamas donde no hay más que muerte y miseria. Sin embargo, ninguna de ellas renuncia a esta locura y asumen diferentes puestos según su capacitación y sus posibilidades. Se convierten en enfermeras, cocineras, lavanderas, guardianas, peluqueras, fotógrafas, ayudante de los barcos, portadoras de armas, francotiradoras, médicos, pilotos, constructoras de puentes y hasta jefes de los hombres que no podían entender cómo llegaron allí. Sus compañeros las respetan y las valoran inmensamente, al tiempo que terminan descubriendo en ellas su coraje y valentía. Era valioso verlas en la guerra; su voz, su sola presencia lo cambiaba todo. Mientras a diario perdían la vida decenas y cientos de sus compañeros, ellas lograban sobrevivir y eran sus enfermeras, sus sanadoras o su último consuelo. Eran incapaces de dejar tantos heridos, mutilados, quemados, “muertos tirados por ahí”. Enfrentaban, con demasiado temor, el hecho de matar. Enfrentaban también el frío que todo lo congela, hasta sus lágrimas. Todo lo veían negro, solo la sangre era de color diferente, un color que terminaron odiando y muchas veces se niegan a usarlo. Vestían ropa sucia y ensangrentada. No obstante, sabían rescatar en algún momento su esencia femenina y eran incapaces de olvidar sus adornos, sus aretes, sus perfumes, sus prendas de vestir, los objetos que las hacían sentir vivas y guapas. Hasta bordaban en los pocos ratos libres que tenían. Resaltaban el valor de la charla y el miedo a verse feas, incluso después de morir. Debían olvidar a sus propios hijos que concibieron en la guerra y sufrían por tener que dejarlos. Era más fuerte su espíritu patriótico. Necesitaban rezar en silencio, muchas veces, aunque no creyeran. También tenían como fármaco al amor. El que las protegía y les daba la fuerza necesaria para sobrevivir y con el que vivieron los mejores momentos; aunque otras pensaban que “en ese ambiente el amor moriría al instante”.

Y al regresar de la guerra, “llevan encima el olor de la sangre, el color rojo de ella”. Se sienten viejas e inadaptadas, callan porque nadie quiere darles trabajo, prefieren pasar desapercibidas y perder el subsidio que se les da a los excombatientes porque son rechazadas por la sociedad. Los héroes y vencedores son ellos. “Bielorrusia recién liberada está cargada de hombres”, no hay mujeres. No entienden cómo después de tener la amistad y la protección de ellos en la guerra, además de su bondad y su calor humano, son ignoradas por ellos. Les dieron la espalda. No faltan los insultos y las palabras fuertes que las hace sentir inferiores. Además muchas gritan en la noche mientras duermen, sufren de pesadillas, las persiguen los ladridos de los perros, los soldados alemanes, las estatuas de moribundos; a su alrededor todo zumba y cruje. “Llega el verano y parece que la guerra empezara de nuevo”. El alma del ser humano envejece. 

Difícil para Svetlana Alexiévich reconstruir ese pasado, ver y comprender lo incomprensible, hallar sentido a los hechos vividos. Después de todo, esas mujeres se convirtieron en testigos de esa memoria, de lo que la gente recuerda, de cómo lo recuerda, de lo que quiere comentar y de lo que prefiere olvidar. Es como reencontrar dos personas diferentes: la de antes y la de después de la guerra. Finalmente, terminan no conociendo el mundo sin guerra y descubren que “la guerra es una vivencia demasiado íntima e igual de infinita que la vida humana”, siendo mucho más grande la vida humana. L.V.V.


"Las escucho cuando hablan... Las escucho cuando están en silencio... Para mí, tanto las palabras como el silencio son el texto". (Svetlana Alexiévich)