“Hija mía, para
contar nuestra Historia hacen falta centenares de personas como usted. Para
describir todos nuestros sufrimientos. Nuestras incontables lágrimas”.
“Recordar asusta,
pero no recordar es aún más terrible”.
Una obra construida con voces de la vida diaria, con voces
femeninas que desahogan su alma después de años de silencio. Empieza cuestionando por qué las mujeres no habían sido capaces de defender su
historia, sus palabras, sus sentimientos. Se hace necesario entonces humanizar la guerra
para hacerla ver diferente. Para ello hay que recordar y hacer de este acto
creativo un arte que duele, pero que ayuda a contar infinitos sufrimientos y
vivencias. Así, Svetlana Alexiévich, la periodista y escritora bielorrusa,
Premio Nobel de Literatura 2015, entrevista a cientos de mujeres -alrededor de 500
entrevistas- que parecen escuchar el sonido de su alma y lo verifican con
palabras. Lee las voces de estos testigos humildes y sencillos y las transforma
en literatura. Y escucha con atención su
dolor y sus silencios. Imposible grabar los ojos, las manos, el llanto, el
asombro, las emociones de ellas. Termina escribiendo no sobre la guerra, sino
sobre el ser humano en la guerra, la historia de sus sentimientos, de sus
vivencias, de su alma. La historia de las mujeres en la guerra. Una guerra
femenina que tiene sus propias palabras y su propio llanto. Tiene también “sus
propios colores, olores, sonidos, su iluminación y espacio”. Es decir, tiene su
propia fantasía, sin perder la pista del espíritu humano, “allí donde el
sufrimiento transforma al hombre pequeño en un gran hombre”. Sus historias
fueron ocultadas por la censura y afortunadamente en el año 2002 fueron
recuperadas en un marco de sinceridad y libertad. Toda una carga de
experiencias dolorosas relatadas con odio, perplejidad y hasta ternura que sus
relatoras ya no quieren recordar. “Un grito que debe guardarse en algún lugar
del mundo”, voces que se suman en “un mar de lágrimas”, pero que terminan
ratificando ese amor por la vida y considerándola el regalo más grande.
“¿Qué es la
felicidad? Es encontrar entre los caídos a alguien con vida”.
“Lo más espantoso de la guerra es la muerte, es tener que llevar calzones de hombre”.
“Lo más espantoso de la guerra es la muerte, es tener que llevar calzones de hombre”.
“No todo el mundo es capaz de someterse a la
disciplina militar y la naturaleza femenina se opone al régimen del ejército”.
“Matar con tus propias manos produce miedo”.
“La guerra huele a hombre”.
“Nada del color de la
sangre”.
“Para mí las armas
nunca han sido bellas, me es del todo incomprensible la admiración que sienten
los hombres ante una pistola. Yo soy mujer”.
“Si renuncias a ser
mujer, no sobrevives en la guerra”.
“Muy pronto, ya en
las primeras conversaciones, me di cuenta: independientemente del tema concreto
del que hablaran, incluso hablando de la muerte, las mujeres siempre
mencionaban la belleza, ese eje indestructible de su existencia”. (Svetlana Alexiévich)
¿Qué información exacta recoge la periodista-escritora para hacer su libro? La historia de las mujeres soviéticas
que van a la guerra deseosas de participar en el Ejército Rojo durante la II
Guerra Mundial. Quieren ayudar a su patria a vencer a los alemanes y demostrar
el amor a su país, sintiéndose grandes e iguales a sus compañeros. Imposible quedarse
en casa esperando calladamente el triunfo o la derrota. Se les niega la
posibilidad de emprender esta aventura e
insisten una y muchas veces. Al lograrlo solo encuentran tragedia y desolación;
solo ven hambre, dolor y sangre. ¿A dónde han llegado? A un infierno pleno de
llamas donde no hay más que muerte y miseria. Sin embargo, ninguna de ellas renuncia
a esta locura y asumen diferentes puestos según su capacitación y sus
posibilidades. Se convierten en enfermeras, cocineras, lavanderas, guardianas,
peluqueras, fotógrafas, ayudante de los barcos, portadoras de armas, francotiradoras,
médicos, pilotos, constructoras de puentes y hasta jefes de los hombres que no
podían entender cómo llegaron allí. Sus compañeros las respetan y las valoran inmensamente, al tiempo que terminan descubriendo en
ellas su coraje y valentía. Era valioso verlas en la guerra; su voz, su sola
presencia lo cambiaba todo. Mientras a diario perdían la vida decenas y cientos
de sus compañeros, ellas lograban sobrevivir y eran sus enfermeras, sus
sanadoras o su último consuelo. Eran incapaces de dejar tantos heridos,
mutilados, quemados, “muertos tirados por ahí”. Enfrentaban, con demasiado temor, el hecho de matar. Enfrentaban también el frío que todo lo congela, hasta sus
lágrimas. Todo lo veían negro, solo la sangre era de color diferente, un color
que terminaron odiando y muchas veces se niegan a usarlo. Vestían ropa sucia y ensangrentada.
No obstante, sabían rescatar en algún momento su esencia femenina y eran
incapaces de olvidar sus adornos, sus aretes, sus perfumes, sus prendas de
vestir, los objetos que las hacían sentir vivas y guapas. Hasta bordaban en los
pocos ratos libres que tenían. Resaltaban el valor de la charla y el miedo a
verse feas, incluso después de morir. Debían olvidar a sus propios hijos que
concibieron en la guerra y sufrían por tener que dejarlos. Era más fuerte su
espíritu patriótico. Necesitaban rezar en silencio, muchas veces, aunque no
creyeran. También tenían como fármaco al amor. El que las protegía y les daba la fuerza
necesaria para sobrevivir y con el que vivieron los mejores momentos; aunque
otras pensaban que “en ese ambiente el amor moriría al instante”.
Y al regresar de la guerra, “llevan
encima el olor de la sangre, el color rojo de ella”. Se sienten viejas e
inadaptadas, callan porque nadie quiere darles trabajo, prefieren pasar
desapercibidas y perder el subsidio que se les da a los excombatientes porque
son rechazadas por la sociedad. Los héroes y vencedores son ellos. “Bielorrusia
recién liberada está cargada de hombres”, no hay mujeres. No entienden cómo
después de tener la amistad y la protección de ellos en la guerra, además de su
bondad y su calor humano, son ignoradas por ellos. Les dieron la espalda. No
faltan los insultos y las palabras fuertes que las hace sentir inferiores. Además
muchas gritan en la noche mientras duermen, sufren de pesadillas, las persiguen
los ladridos de los perros, los soldados alemanes, las estatuas de moribundos;
a su alrededor todo zumba y cruje. “Llega el
verano y parece que la guerra empezara de nuevo”. El alma del ser humano
envejece.
Difícil para Svetlana Alexiévich reconstruir ese pasado,
ver y comprender lo incomprensible, hallar sentido a los hechos vividos.
Después de todo, esas mujeres se convirtieron en testigos de esa memoria, de lo que la gente
recuerda, de cómo lo recuerda, de lo que quiere comentar y de lo que prefiere
olvidar. Es como reencontrar dos personas diferentes: la de antes y la de
después de la guerra. Finalmente, terminan no conociendo el mundo sin guerra y descubren
que “la guerra es una vivencia demasiado íntima e igual de infinita que la vida
humana”, siendo mucho más grande la vida humana. L.V.V.
"Las escucho cuando hablan... Las escucho cuando están en silencio... Para mí, tanto las palabras como el silencio son el texto". (Svetlana Alexiévich)