La mayoría de las personas que viven solas, hoy en día, lo hacen por convicción y porque les gusta, no como única opción o por necesidad. De manera que el problema de estar solo y aislado pasa a un segundo plano. Quienes lo hacen entran al grupo que ya posee una marca de distinción pues esta decisión muestra a personas satisfechas de la vida, sin ataduras, que lo tienen todo y pueden pagar esta forma de vivir. Es así como la independencia económica pospone y aleja los planes de matrimonio, que ya no son prioritarios y centran su interés en cultivar el espacio individual.
La sociedad de consumo les da las herramientas para aprender a manejar su soledad pues no dejan de asistir a clases semanales, ir a los cursos de su interés y a las conferencias sobre todos los temas que se programan, y tener todo lo que necesitan a la vuelta de la esquina (lavandería, restaurante, tienda, café, gimnasio, centros comerciales...). Además estas personas llevan una vida social activa que no interfiere con su espacio individual. Van al trabajo, acuden a reuniones sociales, frecuentan los chats, tienen sus blogs, intercambian ideas a través de cualquier medio y sobre todo, tienen el espacio para sumergirse en sí mismas. Consideran que vivir solas las provee de una especie de "soledad restaurativa" y comienzan a ser felices en la búsqueda de la reconexión con ellas mismas. Ven en la soledad a su mejor compañía.