martes, 20 de agosto de 2013

CLARABOYA de José Saramago

“La vida está dentro de una cortina, riéndose a carcajadas de nuestro esfuerzo por conocerla”.
“La felicidad participa de la naturaleza del caracol, se retrae cuando lo tocan”.
“La vida sin amor no es vida, es un estercolero, es una ciénaga”.
Imposible negarse a la lectura de la primera obra de Saramago, novela que no fue publicada por temores de una editorial que le negó la vida durante 47 años. Cuando su autor, el Premio Nobel de Literatura 1998, la recuperó mucho tiempo después, la guardó sin ánimos de sacarla a la luz mientras viviera. Y tuvo que morir para llegar a nuestras manos esta valiosa historia contada tras largas jornadas de trabajo de un autor desconocido, que temía hablar en público pues tartamudeaba y prefería encerrarse en su mundo interior para observar y analizar todo lo que lo rodeaba. Vale la pena mencionar que pasaron 20 años para que volviera a publicar una novela e iniciar su largo y valioso camino en la literatura del siglo XX. Claraboya es pues, el ingreso temeroso a ese mundo cargado de soledad y de silencio, pero también de sensibilidad y de sabiduría que colman las obras de Saramago.
Una historia encerrada en un edificio de Lisboa donde habitan familias humildes de diferente composición es la esencia de esta novela. Todos luchan por la subsistencia y todos deben asumir los retos de la vida con dificultad, llegando incluso al abandono y a la desesperación. Sin embargo, resulta fácil traspasar esa claraboya que da acceso a este mundo que nos describe Saramago. Vemos allí al zapatero Silvestre y su esposa Mariana, una pareja de 30 años de casados que se aman tiernamente y dan albergue a Abel quien llega a ocupar uno de los cuartos de su casa y quien se convierte en un buen amigo y confidente. Adriana e Isaura, ya mayores, son las hijas y sobrinas de Cándida y Amelia quienes se ocupan de las tareas domésticas y de dilucidar lo que pasa en la relación de las personas a su cargo. Justina –mujer flaca y sin atractivos- y Caetano Cunha –bravucón y grosero- que trabaja de noche en el periódico conforman un matrimonio que se odia y evitan cruzarse palabra hasta que descubren una manera de relacionarse. Lidia, una mujer sola y atractiva, interesada en ganarse la vida brindando placer a Paulino Morais. Doña Carmen y Emilio Fonseca, unidos solamente por su hijo Enrique, se soportan con dificultad y solo esperan el día en que cada uno pueda sanar sus nostalgias. Anselmo y Rosalía, padres de Claudia –una hermosa joven que necesita trabajar para ayudar en la supervivencia de la familia- viven sólo para su hija y en ella depositan toda su seguridad.

Seis familias que sobreviven en un infierno que las hace cómplices de las vivencias de los otros y las obliga a juzgar las apariencias sin piedad. Con una mirada insensible, Saramago pasa de casa en casa y por cada uno de los personajes explorando sus rutinas diarias cargadas de pobreza y cobardía, y mostrando sus pequeñas ilusiones en un intento por rescatar su dignidad. Destaca también el trato dado a las mujeres, en el que predomina la humillación, la censura y la negación de sus capacidades. Son todos personajes reales, atrapados en sus propias vidas y reflejados con una narrativa cuidadosa, de ritmo firme y absorbente. LVV


Un libro “perdido y hallado en el tiempo” como lo asegura Pilar del Río, viuda y traductora de Saramago.
Un libro que causó dolor a su autor “por la humillación de no haber recibido nunca una respuesta”.

Un libro que tiene más valor cuando se lee su dedicatoria, a su abuelo Jerónimo Hilário, el hombre más sabio que conoció, aunque no sabía leer ni escribir.