lunes, 7 de noviembre de 2016

LA FORMA DE LAS RUINAS de Juan Gabriel Vásquez

“No, no se controla el olvido, no hemos aprendido a hacerlo nunca a pesar de que nuestra mente funcionaría mejor si pudiéramos: si lográramos algún dominio sobre la manera en que el pasado se inmiscuye en el presente” JGV

Considero que la manera adecuada de darle forma a unas ruinas es penetrar en ellas y sentirse inmerso en su esencia para luego hurgar en su pasado y descubrir su validez en el presente. Muchos interrogantes deben surgir mientras se trata de moldearlas. ¿Cuál fue su origen? ¿Qué clase de vida sobrellevaron?  ¿Dónde encontrar información que nos hable de su pasado? ¿Cómo empezó su deterioro? ¿Por qué debieron cambiar de estado? Y sobre todo quiénes fueron los artífices y quiénes los testigos de dicho aniquilamiento. Una tarea que requiere dedicación y entrega. Una tarea propia de historiadores, investigadores, sociólogos o periodistas.

Eso es “La forma de las ruinas” llevada a cabo por un escritor. El colombiano Juan Gabriel Vásquez, premio Alfaguara 2011, es quien asume este ejercicio durante tres años, dedicados a plasmar su visión de la historia del siglo XX en un país que le duele y que ha contemplado de cerca hasta ver su destrucción. No puede seguir callado, ni darle protagonismo a otro personaje. Él mismo toma posesión de esta figura narrativa desempeñando su verdadero rol, esa persona que no ha estado ajena a un pasado doloroso que no vivió, pero que como buen colombiano lo marcó para siempre y quiere ahora reivindicar a través de su visión de los hechos. Así, en esta, su quinta novela, nos presenta un país colmado de fantasmas: con una inmensa carga de violencia, con crímenes sin investigar, con misterios que cargan dolor y miseria, con una historia olvidada. No es fácil para él recibir este legado, ni lidiar con todos estos espectros, pero se propone plasmarlo en palabras.

Penetra entonces en el siglo pasado de Colombia, específicamente en dos fechas marcadas por hechos políticos que tuvieron como centro los asesinatos de Rafael Uribe Uribe, el 15 de octubre de 1914, y de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948. Muchas otras muertes han golpeado nuestro país, pero él considera estas dos como los detonantes de esa violencia que no cesa y que nos marcó para siempre. Una violencia política que fue el inicio de una guerra posterior entre grupos de paramilitares, guerrilleros y narcotraficantes que invadieron nuestro territorio y lo convirtieron en tierra bañada de sangre y odio. Tanto él como quienes siempre hemos visto a nuestro país agonizante no podemos ser ajenos a esta realidad y de continuo estamos lidiando con una cantidad de crímenes y con esa herencia de pasado violento. Aparece en su novela un par de conspiraciones porque hay gente interesada en conocer la verdad. Sus personajes centrales, Anzola –joven abogado estudioso del General Rafael Uribe- y Carballo –abogado de profesión y obsesionado con Gaitán- deambulan cada uno por su época buscando testimonios que puedan ayudarlos a descubrir la veracidad de los hechos. Crean historias incompletas que cuestionan la realidad hasta convertirla en teorías de la conspiración. Ellos, a pesar de sus intensas investigaciones no pasan de estar obsesionados con esas afirmaciones y terminan impacientando al escritor y llenando de incertidumbre al lector. 

En otras palabras, esta novela transcribe las emociones, las culpas y los temores de una generación adolorida y desesperanzada, y llega a los lugares más ocultos de la conciencia a través de la reconstrucción histórica de un pasado plagado de incógnitas. Vale la pena mencionar que Juan Gabriel Vásquez enfrenta ese pasado de la mano de su cercano amigo, el Dr. Francisco Benavides (nombre que le da en el libro),  y con él intenta acercarse a la verdad, a “esos puntos ciegos de la historia” que parece imposible visualizar. Son 550 páginas de variados relatos, entrevistas, fotografías, artículos de prensa y un profundo estudio de los hechos reales. Valioso el trabajo investigativo del escritor, la presentación de este y el manejo cuidadoso del lenguaje que siempre lo ha caracterizado.



“Eso es el pasado: un relato, un relato construido sobre otro relato, un artificio de verbos y sustantivos donde acaso podamos apresar el dolor de los hombres, su miedo a la muerte y su afán de vivir…” JGV


“Pero hay otras verdades, Vásquez. Hay verdades que no quedan en los periódicos. Hay verdades que no son menos verdades por el hecho de que nadie las sepa. Tal vez ocurrieron en un lugar raro a donde no pueden ir los periodistas ni los historiadores. ¿Y qué hacemos con ellas? ¿Dónde les damos espacio para que existan? ¿Dejamos que se pudran en la inexistencia, sólo porque no fueron capaces de nacer a la vida de manera correcta, o porque se dejaron ganar de fuerzas más grandes?...   Verdades que existen aunque se hayan hundido en un juicio o aunque las olvide la memoria de la gente. ¿O me va a decir usted que la historia conocida es la única versión de las cosas?”