“No atino a comprender qué me ha pasado, cómo es posible que hoy yo sea ya vieja, quién me robó la edad, quien puso en mi rostro este disfraz de arrugas que siento tan extrañas”
Rosa Montero, la narradora y periodista española, nos regala una
agradable novela, escrita con enorme riqueza expresiva y un conocimiento
certero del género femenino. Quién mejor que ella para enfrentar a Lucía de 30
y a Lucía de 60 años, dos mundos totalmente apartados que entran en juego en
una misma persona. La primera mujer aparece dueña del mundo y saturada de
placeres, en una ciudad donde es productora de cine. Tres décadas después,
cuesta verla sola, temerosa y rendida en una clínica por los efectos de su
enfermedad. Se dedica entonces a evaluar sus vivencias, sus amores y desamores,
y a describir valiosos conceptos sobre vida y la muerte. Porque quien está más
cerca de la vejez tiene tiempo de mirar y medir todos los cambios físicos y
emocionales que trae el paso de los años.
La protagonista de este libro quiso hacer cine “no para
comunicarle nada a nadie, sino para atesorar instantes de fulgor, para
adueñarse de esa intensidad”. Son unos minutos en los que llega a olvidarse de
ella misma, siente la eternidad y experimenta un verdadero éxtasis. Sin
embargo, son momentos pasajeros porque están seguidos por “el tedio, la grisura
de las pequeñas soledades, los miedos”. Así vivió Lucía, enamorada de un hombre
casado llamado Hipólito, amiga de Ricardo y al mismo tiempo, amante de Miguel.
Una mujer, como ella misma lo dice, con falta de sentido posesivo, acostumbrada
a ser siempre la tercera; pero también una mujer que a través de sus relaciones
logra definir y valorar el amor hasta darle los matices de amor pasión y amor cómplice. Valoraciones que son
diferentes si se compara su percepción con la de ellos. Así mismo, enfrenta el tema de la vejez con
pesimismo y rabia. “Somos la generación perdida”, dice mientras observa su piel
decrépita, sus arrugas, su falsa serenidad y la proximidad de la muerte. Ante
ella se horroriza y siente que su tiempo termina porque “va mordiendo pedazos
de su vida”. Al final y ya cansada de esta lucha, asume la soledad con resignación,
con esa capacidad para aprender a soportarla y vivir con ella; a la vez, parece
que se esfuerza por aceptar la muerte.
La función delta, el
nombre de esta obra, tiene amplia relación con los sentimientos y vivencias de
su personaje central. “Hay momentos en los que nos sentimos compenetrados con
alguien, verdaderamente unidos a otra persona, y al instante siguiente nos
damos cuenta de que sólo era una ilusión y de que estamos completamente solos.
A veces pensamos que nos podemos comunicar con los demás, y un minuto después
estamos seguros de que la comunicación es imposible”. Así define Rosa Montero la función delta. En otras palabras son pensamientos que
adquieren validez ante la fugacidad de la vida, ante la fragilidad del amor, la certeza de la soledad y la presencia inevitable de la muerte. Profundas
reflexiones que involucran todos los fantasmas interiores que están presentes en nuestro
diario vivir. LVV
“El único amor posible es el amor pasión. Lo
demás es claudicar y resignarse. (…) La pasión es el impulso creativo que mueve
al mundo. Sin pasión no hay arte, sin pasión no hay genio. Y si renuncias a
ella por cobardía, estás siendo derrotado, estás aceptando la monotonía y la
rutina”. Ricardo
“El
amor pasión es intelectual, te lo inventas, te lo imaginas, no arriesgas nada
con él. Sufres y gozas solo tú, es un amor privado. El otro, el amor de cada
día, el que te pone en compromiso con los demás, ése es el único real”. Lucía