lunes, 21 de febrero de 2011

Los puentes de Madison


Qué buen comienzo para mi apreciación del cine que esta película basada en la obra “Los viejos puentes de madera” (1992) de Robert James Waller. Tomo del libro algunas de las más bellas frases pronunciadas por los dos protagonistas, y de la cinta aprecio la puesta en escena de una historia de amor conmovedora por su sencillez y profundidad, con un manejo delicado de las emociones. En ella dos reconocidos actores, Meryl Streep y Clint Eastwood, adquieren forma cuando Francesca, un ama de casa que sirve a marido e hijos, queda sola en su granja durante cuatro días y allí conoce al fotógrafo Robert quien llega de la ciudad a captar las imágenes de los puentes de Madison. El encuentro se va llenando de gran sensualidad y el conocimiento de la pareja es tan impactante que los lleva a vivir un romance único e inolvidable para ambos. Francesca y Robert florecen en su madurez y sacan a relucir un sentimiento que permanecía dormido en su interior, pero que sólo lo viven durante cuatro días aunque en sus corazones queda marcado para siempre. Es toda una reflexión sobre el amor verdadero que aparece “sin pedir permiso” y se hace eterno mientras dura, así se interponga la realidad que tiene normas difíciles de romper. Queda el dolor de los instantes finales cuando aparecen las lágrimas de Robert bajo la lluvia y cuando Francesca, frente al semáforo, intenta abrir la puerta del auto para dar vía libre a sus deseos. Toda una historia cuyo verdadero testimonio es el diario que ella deja escrito para que sus hijos, después de muerta, se interesen por conocerla verdaderamente y puedan buscar la respuesta de muchos interrogantes en sus vidas. Así, se establece un puente entre el pasado de la madre que poco fue escuchada mientras se tuvo cerca y el presente de los hijos que necesitan de su aliento para seguir adelante. Finalmente, debo decir que Madison no es el único lugar en el que esto ocurre. Esta frustración aparece en ciertas vidas cuyo destino queda marcado por la soledad y el desencuentro, pero con la huella indeleble de haber vivido plenamente un sentimiento maravilloso e inolvidable. LVV


“Ahora sé que estuve yendo hacia ti, y tú hacia mí desde hace largo tiempo.
Aunque ninguno de los dos percibía al otro antes de que nos conociéramos,
había una especie de certeza inconsciente que cantaba alegremente
bajo nuestra ignorancia, asegurando que nos reuniríamos.
Como dos pájaros solitarios que vuelan
por las grandes praderas por designio de Dios,
en todos estos años y estas vidas
hemos estado yendo el uno hacia el otro”.


“No estoy seguro de que estés dentro de mí,
o de que yo esté dentro de ti, o de que te posea.
Al menos no deseo poseerte.
Creo que los dos estamos dentro de otro ser que hemos creado
y que se llama “nosotros”.
En realidad no estamos dentro de otro ser.
Somos ese otro ser.
Los dos nos hemos perdido a nosotros mismos
y hemos creado otra cosa, algo que solo existe como la unión entre los dos.
Dios mío, estamos enamorados.
De la manera más profunda que es posible enamorarse”.

"Por más que te desee y quiera estar contigo y ser parte tuya
no puedo arrancarme a la realidad de mis responsabilidades…
Si me obligas, física o mentalmente a irme contigo,
no podré luchar contra eso…
Pero, por favor, no me hagas ir.
No puedo hacerlo y vivir pensando en ello.
Si parto ahora, ese pensamiento me convertirá
en una mujer diferente de la que has llegado a amar".

"En un universo de ambigüedad,
este tipo de certidumbre llega una sola vez,
y nunca más, no importa cuántas vidas hayas de vivir".