Un jueves 21 de octubre de 1982, a sus 55 años, Gabriel García Márquez
recibió la noticia del Premio Nobel en su casa y solo. Inmediatamente, sin
poder asimilarla, corrió en búsqueda de su gran amigo Álvaro Mutis quien al verlo pálido y
temblando le preguntó:
-¿Qué te pasa hermano?
-Necesito que me escondas en tu casa -murmuró el novelista.
-¿Y esa vaina? -se extrañó Mutis-. Ya sé: peleaste con Mercedes.
-Peor, hermano -dijo desconsolado García Márquez-. Me acaban de dar el Premio Nobel.
Este premio, que le cambiaría su vida, dejó a Gabo en casa de su amigo mientras asimilaba la noticia. Mes y medio más tarde recibía en Estocolmo el PREMIO NOBEL DE LITERATURA con un gran acompañamiento de compatriotas y vestido de un liquiliqui de lino blanco y una flor amarilla sobre su pecho. Extraña vestimenta que comulgó con su estilo de escritor latinoamericano creador de un universo propio, el mundo de Macondo –un pueblo inventado por él- donde se aglutina lo milagroso y lo real, la fantasía y los hechos concretos que nacen de un ámbito oprimido, víctima de numerosos vasallajes e incontables angustias y alucinaciones.
No era la primera vez que un escritor de este lado del planeta recibía este premio. Ya antes Gabriela Mistral (1945), Miguel Ángel Asturias (1967) y Pablo Neruda (1971) habían tenido esta oportunidad, pero no disponían de la cantidad de lectores y de la abundante crítica como nuestro Nobel. “Por primera vez se ha dado un premio literario justo” fueron las palabras de Juan Rulfo, mientras Jorge Luis Borges hacía alusión a una de las obras más grandes de todos los tiempos: Cien años de soledad. Por su parte, la Academia Sueca daba su reconocimiento a su fecunda obra que exhibía “un compromiso político del lado de los pobres y débiles contra la opresión nacional y la explotación extranjera en América Latina” y en especial hacía alusión a la mencionada novela que ha tenido millones de ejemplares en muchos idiomas.
Este premio, que le cambiaría su vida, dejó a Gabo en casa de su amigo mientras asimilaba la noticia. Mes y medio más tarde recibía en Estocolmo el PREMIO NOBEL DE LITERATURA con un gran acompañamiento de compatriotas y vestido de un liquiliqui de lino blanco y una flor amarilla sobre su pecho. Extraña vestimenta que comulgó con su estilo de escritor latinoamericano creador de un universo propio, el mundo de Macondo –un pueblo inventado por él- donde se aglutina lo milagroso y lo real, la fantasía y los hechos concretos que nacen de un ámbito oprimido, víctima de numerosos vasallajes e incontables angustias y alucinaciones.
No era la primera vez que un escritor de este lado del planeta recibía este premio. Ya antes Gabriela Mistral (1945), Miguel Ángel Asturias (1967) y Pablo Neruda (1971) habían tenido esta oportunidad, pero no disponían de la cantidad de lectores y de la abundante crítica como nuestro Nobel. “Por primera vez se ha dado un premio literario justo” fueron las palabras de Juan Rulfo, mientras Jorge Luis Borges hacía alusión a una de las obras más grandes de todos los tiempos: Cien años de soledad. Por su parte, la Academia Sueca daba su reconocimiento a su fecunda obra que exhibía “un compromiso político del lado de los pobres y débiles contra la opresión nacional y la explotación extranjera en América Latina” y en especial hacía alusión a la mencionada novela que ha tenido millones de ejemplares en muchos idiomas.
Este
colombiano galardonado con el premio más famoso de la literatura nos
suscitó lágrimas y sonrisas y cambió para siempre la historia y la cultura de
América Latina. A los 17 años descubrió que iba a ser escritor cuando Kafka
quien contaba cosas semejantes a las de su abuela narró en su Metamorfosis hechos semejantes a lo que
él quería expresar. Actualmente, a sus 85 años, hay rumores sobre su estado de
salud que parece afectado por un proceso demencial. Sus amigos y fieles
lectores nos contentamos con saber que sus letras y su talento creativo quedarán por siempre
inmersos en esta realidad fantástica donde navega su universo literario, realmente único.
"La novela hispanoamericana no salió
verdaderamente al mundo hasta pasada la segunda mitad de la década de los
sesenta, a partir del triunfo escandalosamente sin precedentes de Cien
años de soledad”. José Donoso