“A ti te parecerá extraño que yo pueda contarte en detalle y con tanta
precisión los acontecimientos de esa época tan lejana. Yo pienso como tú, que
un niño de cinco años que lleva una vida normal no podría reproducir con esa fidelidad
su infancia. Nosotras, tanto Helena como yo, la recordamos como si fuera hoy y
la razón no te la puedo explicar. Nada se nos escapaba, ni los gestos, ni
las palabras, ni los ruidos, ni los
colores, todo era ya claro para nosotras”.
Emma Reyes "Rostro" (detalles, 1958).
Realmente Memoria por correspondencia toca el
corazón con cada una de sus veintitrés cartas en las que con un lenguaje
sencillo, su autora Emma Reyes, nos
cuenta sus primeros años de vida. Y resulta conmovedora su lectura por el
contenido de sus vivencias cargadas de dolor, miseria, hambre, abandono y
desprecio. Sin embargo, no están hechas con el ánimo de conmover sino de
mostrar cuánto puede soportar una persona las ignominias de la vida, cuánto
valor se puede tener para enfrentarlas y cuánta memoria para retenerlas sin
dejar pasar el más mínimo detalle.
“Tenemos que salvar sus almas.
Las dos superioras siguieron discutiendo sobre la importancia de salvar nuestras almas.
Cuando sonó una campana, nos dijo de besar las manos de la Superiora y saludarlas.
La vieja y la joven nos hicieron cruces, las dos agacharon la cabeza y salieron sin decir nada.
Sentimos de nuevo el ruido de las llaves y de las cadenas; cuando la puerta se abrió
entró un rayo de sol en el salón, en el piso se veía la sombra de las dos monjas que se alejaban.
La puerta se cerró detrás de ellas y a nosotros nos separó del mundo por casi quince años”.
Con su voz de
persona mayor va a sus tres o cuatro años y desde allí trae los recuerdos más
lejanos de su infancia con su hermana Helena, el pequeño llamado “Piojo” y la señora María, a
quien describe como dura y severa, cargada de pelo sobre su rostro que sólo
producía miedo. Con ellos inicia un largo camino lleno de innumerables
dificultades que la va dejando cada vez más sola y abandonada, hasta terminar en un
convento con Helena en los largos años de su infancia y adolescencia. De Bogotá a Guateque, de Guateque a Bogotá,
de Bogotá a Fusagasugá, y de allí de un convento a otro es el recorrido
doloroso de esta niña que apenas conoció su verdadero nombre un tiempo después
de llegar al convento. Se le llamó "Nené", "la nueva", "sucia", "china cochina", "hija
del pecado", "india salvaje", "bizca", y al ser llamada Emmma se sorprende como
también lo hace cuando oye hablar de Dios y de la Virgen, del cielo y del
infierno, del diablo y de múltiples creaciones de la iglesia católica,
totalmente desconocidas para ella. Todo
esto acompañado de tareas y castigos que le dieron a esta época un matiz tan
oscuro que fue imposible borrar las huellas dolorosas de su primera infancia. Sus
cortas alegrías y pequeñas sorpresas relatadas de manera jocosa pesaron poco
frente al dechado de humillaciones que recibió en nombre de una comunidad
religiosa de la provincia colombiana. Aprendió
a bordar con excelente desempeño, aunque al terminar su relato no sabía aún
leer ni escribir. En cambio, ya sabía cómo burlar las ofensas recibidas y de
alguna manera cómo enfrentar los retos de la vida.
Cantidad de recuerdos llenan las páginas de este libro -escrito a modo de cartas para el amigo y confidente Germán Arciniegas entre 1969 y 1997- que fue imposible soltarlo de mis manos en menos de dos días. Sorprende la sinceridad de sus palabras, la intimidad de su relato y el hecho de contar su historia con una fuerza narrativa que atrapa y deja un sorprendente apego en sus lectores. LVV
Cantidad de recuerdos llenan las páginas de este libro -escrito a modo de cartas para el amigo y confidente Germán Arciniegas entre 1969 y 1997- que fue imposible soltarlo de mis manos en menos de dos días. Sorprende la sinceridad de sus palabras, la intimidad de su relato y el hecho de contar su historia con una fuerza narrativa que atrapa y deja un sorprendente apego en sus lectores. LVV