“Tengo tatuada en la muñeca izquierda el año en que murió mi Popo: 2005. En febrero supimos que estaba enfermo, en agosto lo despedimos, en septiembre cumplí dieciséis y mi familia se deshizo en migajas".
"Dicen que al cabo de unos meses viviendo en la calle, uno acaba definitivamente marginado, porque se adquiere traza de indigente, se pierde la identidad y la red social. En mi caso fue más rápido, bastaron tres semanas para irme al fondo”.
"Dicen que al cabo de unos meses viviendo en la calle, uno acaba definitivamente marginado, porque se adquiere traza de indigente, se pierde la identidad y la red social. En mi caso fue más rápido, bastaron tres semanas para irme al fondo”.
Maya Vidal nos entrega el relato de su vida, en diversos
fragmentos, dando énfasis a los 18 años, época en que dio un vuelco total a su
existencia. Un personaje que, como nos lo cuenta la propia Isabel Allende, la ha
hecho sufrir demasiado. No es fácil tener a Maya en Berkeley, California, muy
protegida al lado de sus abuelos durante años, pasarla luego a vivir en Las
Vegas en las peores condiciones que un ser humano pueda soportar, para
finalmente terminar en una isla desconocida de Sur América, Chiloé, al norte de
Chile. Así, esta hija de una supuesta princesa de Leponia de las brumas
escandinavas y de un piloto entregado a sus aventuras lejos de su hogar, educada
por su enérgica abuela Nina y por su encantador abuelo Popo, se enfrenta a tres
vidas diferentes que transformarán su existencia y la prepararán para salir
fortalecida después de múltiples dificultades. Nina y Popo serán su baluarte y
quienes le darán las armas para sobrellevar su más terrible tormento: su
adicción al alcohol y a las drogas, que de la mano de la delincuencia y la
prostitución, la llevarán perdida por las calles durante meses. Por fortuna, Maya
reconoce el papel de ese hombre grande y maravilloso que fue su abuelo y que
más tarde pudo reemplazar por Manuel Arias, el personaje que también admiró y
estuvo a su lado mientras se alejó del mundo y borraba de su mente ese viaje a las tinieblas que tuvo que hacer para salvarse. De igual manera, tampoco olvida a los
habitantes de esas lejanas tierras de América, ese pueblo mágico que la respetó
y la quiso, y donde se abasteció de la mejor energía para recuperarse y seguir
viviendo.
El cuaderno de Maya se ocupa de describir dos mundos
opuestos, uno cargado de modernismo y tecnología y otro carente de recursos, en
el que dominan las relaciones y la amistad. La sociedad de consumo frente a la
vida provinciana plena de satisfacciones personales y de vínculos sociales
enriquecedores son la fuente de esta novela. Además, nos plantea temas
importantes fuera de la drogadicción, como el amor, los lazos familiares, la
libertad, Chile y la dictadura, y la tradición cultural y mitológica de sus
habitantes. Una novela escrita con la intención de satisfacer la propuesta de
los nietos de Isabel Allende: escribir algo que fuera de su interés. Está
narrada en primera persona por la propia Maya y tiene ese atractivo que siempre
encontramos en las obras de esta escritora chilena: Un puñado de aventuras que
consiguen toda la atención del lector y lo envuelve en ese halo mágico que ella
nunca abandona. LVV
“Me había dado cuenta
de que en la escritura la dicha no sirve para nada –sin sufrimiento no hay
historia- y saboreaba en secreto el apodo de huérfana, porque los únicos huérfanos
en mi radar eran los de los cuentos clásicos, todos muy desgraciados”.
“Venimos al mundo con ciertos naipes en la
mano y hacemos nuestro juego; con naipes similares una persona puede hundirse y
otra superarse”.
“Si tu destino es nacer ciega, no estás
obligada a sentarte en el metro a tocar la flauta, puedes desarrollar el olfato
y convertirte en catadora de vinos”.
“La vida es una
tapicería que se borda día a día con hilos de muchos colores, unos pesados y
oscuros, otros delgados y luminosos, todos los hilos sirven”.
“Nunca, ni ebria ni drogada, pude evadirme del sentimiento de profunda degradación, pero siempre estuvo mi abuelo mirándome, sufriendo por mí”.
“Nunca, ni ebria ni drogada, pude evadirme del sentimiento de profunda degradación, pero siempre estuvo mi abuelo mirándome, sufriendo por mí”.