"La espera sirve para sublimar el deseo y hacerlo más poderoso"
C.G. Jung
C.G. Jung
De la noche a la mañana, la vida cambió. Lo que películas de ciencia ficción mostraban a sus fanáticos se convirtió de pronto en una realidad. Aparece una pandemia que a finales de 2019 veíamos como una epidemia china, lejana a nosotros, fuera de nuestro alcance. Sin embargo, observamos cómo se fue acercando, invadiendo nuestras fronteras y acechando hasta el último rincón de nuestro planeta durante este año. ¡Todo el mundo en cuarentena! Fue una orden que debimos acatar en 2 o 3 días, sin tiempo de preparación, de acomodo y mucho menos de previsión de sus consecuencias. ¿Cómo entender esta situación? Cómo interpretarla en una época invadida por la tecnología que nos equipaba con las máquinas de más alto poder, por la presión en el trabajo donde el tiempo apremiaba y las metas eran cada vez más altas, por el desafío de ser el más rico-el más fuerte-el más poderoso sin importar las consecuencias, por el aislamiento del hombre entre los hombres en contacto con una máquina como única compañera, y por la destrucción de la naturaleza que amenaza cada día con la extinción total de sus recursos, incluyendo al mismo hombre. Y aparece el futuro con cara redonda, invadido de espigas que forman una corona, amenazando nuestra especie. “No te acerques que te asfixio, soy más fuerte que tú”. “Necesito reproducirme y al llegar a ti puedo acabar con tu vida”. El resultado es el confinamiento obligatorio para huir de un virus llamado COVID-19.
Empieza la guerra que antes temíamos y que ahora es frente a un enemigo
microscópico e invisible que atenta contra nuestro sistema inmunológico. Se presentan miles de muertos, millones de portadores, aunque -por fortuna- la
mitad de estos recuperados. Doloroso escuchar a quienes lo han padecido y han
logrado sobrevivir, y más doloroso aun cuando las familias han tenido que
olvidarse de sus enfermos en clínicas u hospitales, para obtener al final la más
triste despedida: su pariente muerto en fosas comunes o con un adiós casi
solitario. Doloroso también el drama de los médicos y profesionales de la salud
que no cuentan con la protección necesaria para su trabajo y supervivencia,
tampoco con el tiempo y la ayuda estatal para atender innumerables casos. Ni
qué decir de los países pobres que con o sin pandemia carecen de elementos
básicos para sobrevivir, ni de aquellas naciones cuyos gobernantes juegan a
enfrentar el virus, burlándose de él porque no lo ven y porque su piel carece
de sensores para captarlo. Y el mundo sigue y no se detiene. Las economías
colapsan, las bolsas de valores presentan los niveles más bajos en su
existencia, los países ricos aumentan su lucha por el poder mientras los pobres mueren en la miseria, las empresas en su
mayoría han ido a la quiebra y surgen a diario millones de desempleados. Qué
hacer, cómo sobrevivir, cuándo terminar esta pesadilla.
Mientras tanto, seguimos encerrados en nuestras casas. Algunos de plácemes,
otros cargados de actividades –del hogar y del trabajo-, y la mayoría dominados
por sentimientos de pérdida, de inseguridad y angustia. Las defensas
se han debilitado, al igual que los estados de ánimo, y ha desaparecido la libertad
y la seguridad. Ese giro total en la forma de vivir y de actuar vulnera nuestra estabilidad, y las pérdidas se dan no solo por el deterioro biológico,
sino por los desajustes sociales y económicos que lo acompañan. Sin embargo, sabemos
que en las crisis más profundas y en los tiempos más reacios podemos encontrar
una tabla de salvación. No es fácil, pero lo que hemos construido a través del
estudio, de la lectura, de las habilidades desarrolladas y los afectos creados nos
servirán como plataforma para reactivar la vida, tanto a nivel individual como
social. El objetivo ahora es ser mejores con nosotros mismos y con los demás.
Volver a mirar y a escucharnos debe ser una tarea diaria que junto con el
acercamiento a la cultura y al arte nos ayudará a ser libres y a derrumbar la
incertidumbre. La naturaleza es otra fuente de aprendizaje, ella que ha sido
tan golpeada por el hombre trata de salir de sus cenizas para darnos valiosas
lecciones. Aún no sabemos para dónde vamos y confiamos en que no sea el final
de nuestra civilización. Este mundo globalizado y tecnológico tendrá que
reactivar la esencia de lo humano para que podamos encontrar el camino que
nos retorne a nosotros mismos y al equilibrio social. Porque esa expectativa
del futuro tendrá que ser en medio de la serenidad de quienes queremos seguir poblando
la tierra un rato más. LVV