“¿Quién es, en realidad, el
hombre? Es el ser que siempre decide
lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero también es el ser que
entró en ellas con paso firme y musitando una oración”.
“No es el sufrimiento en sí mismo el que hace madurar al hombre, es el
hombre el que le da sentido al sufrimiento”.
No pude negarme a la lectura de
esta obra autobiográfica relacionada con el holocausto nazi, en especial
porque está narrada por uno de sus supervivientes que no solo fue prisionero
por tres años en los campos de concentración de Auschwtiz, sino también médico psiquiatra de la Universidad de Viena cuando fue detenido: VICTOR E. FRANKL. Un personaje que describe de manera objetiva sus vivencias para amortiguar su impacto y opacar
en buena medida esta tragedia que cambió su existencia y le dio fuerza a su estatus
de profesional estudioso del comportamiento humano. Nadie mejor que él para darle sentido a la
vida miserable que debió soportar en medio del hambre, del frío, de la escasez
de sueño, del maltrato inhumano, de las humillaciones, de la soledad extrema;
además de la visión constante de exterminio en las cámaras de gas y hornos
crematorios. Era de esperarse que surgiera la idea del suicidio, de
aniquilación, o la pérdida de todo valor humano y de toda esperanza en el
futuro. Sin embargo, tuvo la fortaleza interior para sobreponerse y encontrarle
una finalidad a su vida. Le dio sentido a las palabras de Nietzsche: “El
que tiene un por qué para vivir, puede
soportar casi cualquier cómo” y fue
capaz de orientar sus conocimientos psicoterapéuticos para salvarse y ayudar a
muchos de los prisioneros que lo acompañaban. Así, el terrible cómo de su existencia pudo ser tolerado puesto que tenía un objetivo, una meta, un sueño para vivir. Su capacidad de
resistencia venció, sin importar los múltiples sufrimientos, lágrimas y
desfallecimientos que tuvo que sobrellevar día tras día. La fortaleza interior se
sobrepuso. Y, gracias a esto, y a “una cadena inexplicable de fortuitas
casualidades o de auténticos milagros”, pudo regresar a su mundo, a su
cotidianidad. Las atroces vivencias quedaron atrás como una pesadilla fatal y
al final, el bello sueño de la libertad empezó a hacer su aparición.
“Intuí cómo el hombre, despojado de todo, puede saborear la felicidad -aunque
sea un suspiro de felicidad- si contempla el rostro de su ser querido”.
“No hay que
avergonzarse de las lágrimas, porque ellas demuestran el valor del sufrimiento
con valentía”.
¿Cuáles fueron sus armas en la
lucha por la supervivencia? Una profunda vida espiritual, el amor respaldado
por la constante imagen de su mujer, la sensibilidad al arte y específicamente
a la música, la apreciación de las bellezas de la
naturaleza, el contestar siempre con la verdad y su profesión que algunas veces
pudo ejercer. Siempre llenó su pensamiento de recuerdos y de metas futuras,
gracias a que el hombre puede conservar su libertad espiritual y su
independencia mental así viva la más cruel tensión psíquica e indigencia
física. Esa libertad interior fue la que
le dio sentido a su existencia y le ayudó a aceptar su dolorosa cruz, su
ineludible destino. Así nació la LOGOTERAPIA o psicoterapia centrada en el
sentido de la vida, doctrina terapéutica que Frankl creó después de todas estas
experiencias.
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