Parece fácil plasmar lo que está en el corazón, pero no lo es para Camila
-la protagonista de esta novela de la escritora chilena Marcela Serrano-, quien
tiene que habitar el horror para sentir que está viva y poder reaccionar. Así,
a modo de curación y de posible salvación, narra sus vivencias como mujer en
distintos lugares de América, donde deja experiencias y reflexiones útiles a
sus congéneres en este extraño mundo de hoy. Con una narrativa exquisita, la
autora transporta a su protagonista desde Washington a San Cristóbal de las
Casas en el estado de Chiapas, México, hasta llegar -sin esperarlo- a Santiago
de Chile, su ciudad natal, el lugar de sus afectos. Viaja y regresa, va y
vuelve, retorna a su pasado en un renacer que le cuesta, pero que es capaz de
resistir y de alcanzar.
Camila reside en Washington con su esposo y acaba de pasar por la peor
crisis de su existencia. Ha muerto su bebé de un año, quedando en total
desamparo y terriblemente sola. Se encierra en su mundo, ajena a su compañero,
a su madre y a todo lo que la rodea. No le importa bañarse o peinarse o
vestirse, entregada solo a su dolor. Parece un fantasma y no le perdona a su compañero
su fortaleza ante la muerte. Al cabo de un tiempo, recibe la invitación de un
amigo de él para ir al estado de Chiapas a cubrir los 6 años del alzamiento del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional EZLN en México. Se sorprende y esto
la obliga a reaccionar, dando el sí a lo que sería una aventura inesperada, con
vivencias ajenas a la propuesta periodística.
Quiere hacer este viaje “para sentirse libre y lejos de las personas que la
aman, pero que también la asfixian”. Desea abandonar ese estado vegetativo que
la envuelve y salirse de sí misma, de “esa engorrosa maraña de la inmediatez”. Llega
entonces a San Cristóbal de las Casas y se emociona con solo mirarlo: la
belleza de este pueblo, su estructura colonial, los paisajes plenos de valles y
cerros, el aire limpio y refulgente, la variedad de colores que inundan sus
calles y sus mercados de artesanías, el sol que llega a la habitación del
hotel, y las personas con las que mantendrá una relación cercana durante su
estancia allí. Al mismo tiempo, se atemoriza ante el caos y la contaminación de
su ambiente provinciano, la pobreza y la miseria que acompaña a la mayor parte
de sus habitantes, y la presencia de movimientos indígenas, paramilitares, guerrilleros
y especialmente zapatistas revolucionarios liderados con el comandante Marcos.
Camila estará allí poco tiempo, siendo más intensos e impetuosos los últimos
siete días, determinantes en su vida.
Será un viaje que la cambiará por completo: se creerá incapaz de sumergirse
en una lucha en la que termina siendo su víctima, entenderá las razones de la
izquierda revolucionaria en Latinoamérica al igual que su fracaso, y sentirá la
atracción más intensa por un hombre con el que desahogará por instantes su más
grande pasión. Finalmente, alcanzará la libertad no solo de su cuerpo, sino
también de su alma. Se inquietará por la razón de ocupar un espacio en este mundo,
y vencerá el temor al riesgo y al futuro. Entenderá que su recorrido no fue en
vano ya que huyó de su profunda pena y de su monotonía, para encontrar una
manera de construir nuevos pensamientos y emociones. Y siguiendo el consejo de
las mujeres mayas al terminar un relato, Camila dirá: Solo puedo contar LO QUE
ESTÁ EN MI CORAZÓN. L.V.V.
“Sobrevivir era la consigna, y para ello el concepto de mañana debía arrancarse de raíz, asimilando el recorrido de un solo día como un verdadero triunfo”.
“No hay pena que no empequeñezca con el tiempo, como la mirada adulta sobre las casas de la infancia, cuando se vuelven a ver años más tarde y se encuentran encogidas”.
“Qué extraño
poder logra el tacto, como si una vez que los cuerpos se han hablado,
el encuentro de la mente es otro, nunca más se retorna al cauce anterior,
a aquel momento exacto y preciso en que la respiración latió”.
el encuentro de la mente es otro, nunca más se retorna al cauce anterior,
a aquel momento exacto y preciso en que la respiración latió”.
“Los hombres nunca verbalizan lo que nosotros
queremos escuchar”.