“La vida cambia de prisa.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar y la vida que
conocías se acaba”
El
pensamiento mágico es el que nos hace creer que tenemos poderes especiales para
cambiar la realidad de los acontecimientos. Cuando algo negativo llega a
nuestra puerta y nos sentimos incapaces de enfrentarlo, acudimos a él para
desvanecer ese dolor y sobrellevar la tristeza que ya empieza a hacerse
visible en nuestro ser. Es una vía de escape para enfrentar a la muerte
como lo hizo Joan Didion cuando de repente ésta aparece en la tranquilidad de
su hogar y altera todo hasta el punto de vivir un “shock aniquilador que
trastorna la mente y el cuerpo”. Esta famosa escritora norteamericana debió
darle la cara a la muerte repentina de su esposo -el también escritor John
Gregory Dunne- y a la enfermedad de su hija en un lapso corto casi imposible de
describir. Debieron pasar muchos meses para transformar su dolor en palabras y
convertir esa sensación de inestabilidad y fragilidad en frases lógicas que
pudieran interpretar la realidad de su vida como lo hace en su libro. No fue
fácil reponerse frente a esta terrible sensación, “frente a las experiencia del
sinsentido y de la autocompasión”, como ella misma las llama.
Tras 40 años
de llevar un matrimonio estable, trabajando en compañía de su esposo y
compartiendo con él una relación íntima y simbiótica, Joan Didion no logra
entender lo que pasa en su hogar la noche del 30 diciembre de 2003. Mientras
preparaba la mesa para servir la cena frente a la chimenea encendida, ve cómo
John encorva su cuerpo y se inmoviliza. Lo que asume como una broma por parte
de él, tiene que enfrentarlo en los minutos siguientes con rapidez y
tranquilidad. De inmediato pide el servicio de ambulancia y como un autómata
hace gestiones en el hospital, responde a las preguntas de rigor, confirma que
John ha muerto, acata las órdenes de quienes lo preparan para su refugio final,
llama a su familia para informar sobre este suceso, y recibe en su hogar a
familiares y amigos que desean acompañarla. No hay lágrimas, no hay
manifestaciones de dolor, no hay consciencia de los hechos. Al cabo de unas
largas horas, despierta finalmente sola en su apartamento y no acepta esta dura
realidad. Empieza entonces su estrecha relación con ese pensamiento mágico que
la ayuda a salvarse porque necesitaba de él y de "esta soledad para que John
pudiera volver”. Incapaz de aceptar la vida sin su compañero intenta darle
sentido a las semanas y meses que debió soportar sin su presencia. Un tiempo
que también estuvo marcado por la enfermedad de su hija, antes y después de la
muerte de John.
Este valioso testimonio
sobre la muerte y sobre el dolor, el vacío, la soledad y el desasosiego que
ésta produce le mereció a Joan Didion el Premio Nacional de Estados Unidos a la
Mejor Obra de No-ficción del 2005. En él encontramos una valiosa reflexión
sobre el duelo y la supervivencia que acompañan esa ausencia interminable.
Intentamos comprender a su autora y sentimos su angustia, aunque sabemos que
nunca estamos preparados para darle el adiós definitivo a quien tanto amamos;
solo ante su presencia, se puede captar su verdadero sentido. Sin embargo,
debemos reconocer que “EL AÑO DEL PENSAMIENTO MÁGICO” nos da las luces para
enfrentar esa despedida, ese “adiós eterno” LVV
.
.
“Somos seres mortales imperfectos, conscientes de esa mortalidad
incluso cuando la apartamos a empujones, decepcionados por nuestra misma
complejidad, tan incorporada que cuando lloramos a nuestros seres queridos
también nos estamos llorando a nosotros mismos, para bien o para mal. A quienes
éramos. A quienes ya no somos. Y a quienes no seremos definitivamente un día”.
"Sé
por qué intentamos mantener vivos a los muertos: intentamos mantenerlos vivos
para que sigan con nosotros. También sé que si hemos de continuar viviendo
llega un momento en que debemos abandonar a los muertos, dejarlos marchar,
mantenerlos muertos..."
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