“El dolor se apacigua
al ser compartido con otros”
Parece comprensible la búsqueda de un desahogo
diferente al de las lágrimas, y es a través de las palabras. Son ellas el instrumento útil para abrir y
cerrar las heridas, para atrapar en la memoria las vivencias de los seres
ausentes, para retenerlos con una expresión móvil llena de recuerdos que no
mueren. Así duela, así su autora, la escritora colombiana Piedad Bonnett, una
madre valiente y generosa, se acerque a ese estado desconocido para muchos que
raya con el delirio y la desesperación. Lo hace a la manera de un segundo
parto, como ella misma lo dice, con dolor –un inconmensurable dolor-, pero también
con satisfacción porque permite el cambio de la relación de su hijo con el
mundo. Una manera especial de ayudarlo a encontrar la paz que no tuvo durante
los últimos años de su vida, a pesar de que “Daniel no saltó, sino que voló en busca de
su única posible libertad”.
Quizás resulte más fácil captar su dolor cuando
se tiene un hijo de la misma edad que también está lejos del país buscando su
crecimiento intelectual, cuando nos separan dos o tres años de vida, y cuando se
es mujer y se está cerca de la literatura (en mi caso como lectora). Y no fue fácil. En tres tiempos
abordé su lectura para poder digerir esta historia que conmueve y nos acerca a
una realidad que parece lejana, pero que sentimos cerca por la sinceridad y el
corazón de madre plasmados en cada una de sus páginas. Difícil para la
escritora aceptar la enfermedad de su hijo, y más difícil aún su muerte que
llega como una ráfaga asesina asestando el más duro golpe jamás vivido.
“¡Cómo iba a morirse alguien que
estaba tan vivo!
¡Cómo iba a morirse él, que adoraba
a Nueva York, y el parque con el sol y los conciertos y las mujeres bonitas!”
Era necesario revivir
los momentos cargados de gloria y de desesperación de un hijo inteligente, reflexivo,
con sentido crítico, creativo, dedicado a su arte y a sus estudios, a esa lucha
por un futuro digno, acorde a sus ideales.
Era necesario rescatar los sentimientos de
madre que conoce y confía en las capacidades de su hijo y espera el día en que
sus sueños levanten vuelo porque han conquistado lo que tanto han luchado.
Era necesario auscultar en el mal de Daniel y
llamar por su nombre a una enfermedad que a pesar de los avances de la ciencia choca aún en la mente de los especialistas, incapaces de acercarse a ella de manera adecuada.
Era necesario “lidiar con las palabras para tratar
de bucear en el fondo de su mente, de sacudir el agua empozada buscando, no la
verdad que no existe, sino que los rostros que tuvo en vida aparezcan en los
reflejos vacilantes de la oscura superficie”.
Era necesario acercarse a su dolor y tratar de
exorcizar el fantasma de su soledad y de la incomprensión de “esta tragedia
brutal, intempestiva y aparentemente absurda”.
Era necesario finalmente levantar ese fantasma
para dialogar con él e intentar darle un nombre, aunque no lo consiga. LVV
http://www.semana.com/cultura/articulo/vivir-duelo/336873-3
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