martes, 5 de noviembre de 2013

LOS DÍAS AZULES de Fernando Vallejo


No parece sencillo ir al pasado de nuestra historia y costumbres a través de las palabras de un escritor colombiano caracterizado por su humor negro y por un odio enconado hacia su patria. En ellas, Fernando Vallejo da cuenta de todas sus vivencias de infancia y juventud en tierras antioqueñas donde forjó ese primer contacto con el mundo que marcó su impronta negativa hacia su familia, su tierra y su país.

Los días azules van cambiando de color a través de su relato, hasta lograr la total oscuridad que revela momentos dolorosos de nuestra realidad. Al parecer nada cambia. Leer su libro, escrito en 1985, es como penetrar en el mundo de hoy vivido por los colombianos que nos asombramos de que muchas situaciones sigan en pie, a pesar de los cambios que ha traído el nuevo siglo y su tecnología. Encontramos en él la eterna lucha política de los distintos grupos solo con el ánimo de diezmar al país y enriquecerse abusando de los dineros del estado y acabando con las instituciones a su cargo, campesinos muchas veces ignorantes e incapaces de trabajar la tierra y hacerla crecer para el bien de ellos y de sus amos, ciudadanos hastiados de los ladrones que saquean todo a su alrededor sin control alguno por parte de la autoridad, deportistas que luchan por un triunfo y algunas veces paralizan el país dando lugar a unos minutos de gloria, niños pobres del campo y de las ciudades que se hacen matar siguiendo un globo o buscando la vara de la pólvora ahora prohibida, mujeres cansadas en el hogar donde deben asumir infinidad de obligaciones sin descanso y sin reconocimiento alguno de su tarea. Estas y otras situaciones se acompañan de un fuerte rechazo a la institución familiar, a su colegio de los salesianos, los curas, los médicos y las clínicas de Medellín. Pareciera no salvarse nada ni nadie. Sin embargo, se perciben momentos felices como sus visitas a la finca familiar llamada Santa Anita, su relación con sus abuelos y su tía Lía, su contacto con los libros y las bibliotecas, y especialmente su relación con su perra danesa llamada la Bruja. Seguramente desde entonces se forjó esa relación entrañable que aún conserva por los perros.
«¡Cuántos globos no cayeron en Santa Anita así, a pedradas! Este libro no tiene más objeto que el de narrar la historia del único globo que entre los millares que palpitaban en el cielo agarré en mi vida, mi momento estelar, mi gran hazaña».

Un relato nostálgico que mezcla diferentes momentos de su vida de manera ininterrumpida y muchas veces con una rapidez que asombra y nos lleva al descubrimiento de una gran riqueza léxica. Su primer libro que va a los recuerdos más lejanos de su existencia y en el que participamos del nacimiento de su futura concepción del mundo.  LVV

viernes, 13 de septiembre de 2013

LA RIDÍCULA IDEA DE NO VOLVER A VERTE de Rosa Montero

“Cuando un niño nace o una persona muere, el presente se parte por la mitad y te deja atisbar por un instante la grieta de lo verdadero: monumental, ardiente e impasible”.

 
“La creatividad es justamente esto: un intento alquímico de transmutar el sufrimiento en belleza. El arte en general, y la literatura en particular, son armas poderosas contra el Mal y el Dolor”.
“Los humanos nos defendemos del dolor sin sentido adornándolo con la sensatez de la belleza. Aplastamos carbones con las manos desnudas y a veces conseguimos que parezcan diamantes”.
“Todos necesitamos la belleza para que la vida nos sea soportable".
Para un escritor resulta más soportable vivir la pérdida de un ser querido ya que es capaz de plasmar en sus palabras todos sus sentimientos y de construir con ellas una imagen aceptable de su propio dolor. Cuesta enfrentar la idea de no volver a ver a esa persona que amamos y que repentinamente ya no está porque ha muerto. Sólo las palabras pueden hacer este milagro que lentamente ayuda a recuperarnos y a reinventarnos hasta tomar consciencia de estar vivos y de tratar asumir la verdadera realidad.  Gracias a la palabra se intenta “defendernos de ese dolor sin sentido” que deja a los amantes mudos y sin ninguna explicación. ¿Cómo lograrlo? Con esa creatividad que los escritores poseen y que pueden transmitir a sus textos, transformando el sufrimiento en belleza. Con esa fuerza expresiva que tiene el convencimiento de que “para vivir tenemos que narrarnos” e intentar darle sentido a la vida para hacerla menos “enloquecedora e insoportable”. Con ese deseo de llegar a los fantasmas que facilitan ese acercamiento entre la realidad y la fantasía para que ese “rapto de locura” se convierta en “una herida hecha luz” y la muerte forme parte de la vida.

Así lo vivió Rosa Montero al enfrentar la muerte de su esposo y así lo experimentó Marie Curie quien amó a plenitud y tuvo la tristeza de perder a su compañero tempranamente. En el libro LA RIDÍCULA IDEA DE NO VOLVER A VERTE, la escritora española habla de estos duelos y de la manera cómo le hicieron frente a sus pérdidas hasta llegar a un diálogo cercano con la muerte.  “Al huir de la muerte, huimos de la vida”, lo expresa de manera clara. En 11 meses que duró la escritura de esta obra basada en las páginas desgarradoras del Diario de duelo de madame Curie, Rosa Montero pudo salir del encierro de su propia realidad y hacer un texto difícil de definir por su composición –fotografías, reflexiones, notas, cartas, anécdotas-, pero fácil de llegar a él por su sentimiento y su complicidad con el lector. Valioso este juego de roles, en el que constantemente se pierde la imagen de la escritora y su dolor, para dar paso a un relato detallado de todos los acontecimientos y miserias en la existencia de la científica polaca Premio Nobel de Física en 1903 y de Química en 1911. También fue la primera en “licenciarse en Ciencias en la Sorbona, la primera en doctorarse en Ciencias en Francia y la primera en tener una cátedra” allí. Y sin embargo, nadie como ella tuvo que luchar en un ambiente tan cerrado para su condición femenina y su entrega desmedida a las ciencias y a sus propios deseos. Una gran lucha  que diezmó su vida, pero pudo demostrar su voluntad inmensa para satisfacer sus intereses y llevar a cabo sus sueños. Un texto que sorprende por el temor de la escritora a desnudarse y mostrar su dolor, y por la manera de estudiar a la científica, de interpretarla  y llegar a ella con envidiable propiedad. Toda una lucha contra el olvido.  LVV
"La felicidad es minimalista. Es sencilla y desnuda. Es un casi nada que lo es todo".
         "Cuanto más se envejece, más se siente que saber gozar del presente es un don precioso, comparable a un estado de gracia"

martes, 20 de agosto de 2013

CLARABOYA de José Saramago

“La vida está dentro de una cortina, riéndose a carcajadas de nuestro esfuerzo por conocerla”.
“La felicidad participa de la naturaleza del caracol, se retrae cuando lo tocan”.
“La vida sin amor no es vida, es un estercolero, es una ciénaga”.
Imposible negarse a la lectura de la primera obra de Saramago, novela que no fue publicada por temores de una editorial que le negó la vida durante 47 años. Cuando su autor, el Premio Nobel de Literatura 1998, la recuperó mucho tiempo después, la guardó sin ánimos de sacarla a la luz mientras viviera. Y tuvo que morir para llegar a nuestras manos esta valiosa historia contada tras largas jornadas de trabajo de un autor desconocido, que temía hablar en público pues tartamudeaba y prefería encerrarse en su mundo interior para observar y analizar todo lo que lo rodeaba. Vale la pena mencionar que pasaron 20 años para que volviera a publicar una novela e iniciar su largo y valioso camino en la literatura del siglo XX. Claraboya es pues, el ingreso temeroso a ese mundo cargado de soledad y de silencio, pero también de sensibilidad y de sabiduría que colman las obras de Saramago.
Una historia encerrada en un edificio de Lisboa donde habitan familias humildes de diferente composición es la esencia de esta novela. Todos luchan por la subsistencia y todos deben asumir los retos de la vida con dificultad, llegando incluso al abandono y a la desesperación. Sin embargo, resulta fácil traspasar esa claraboya que da acceso a este mundo que nos describe Saramago. Vemos allí al zapatero Silvestre y su esposa Mariana, una pareja de 30 años de casados que se aman tiernamente y dan albergue a Abel quien llega a ocupar uno de los cuartos de su casa y quien se convierte en un buen amigo y confidente. Adriana e Isaura, ya mayores, son las hijas y sobrinas de Cándida y Amelia quienes se ocupan de las tareas domésticas y de dilucidar lo que pasa en la relación de las personas a su cargo. Justina –mujer flaca y sin atractivos- y Caetano Cunha –bravucón y grosero- que trabaja de noche en el periódico conforman un matrimonio que se odia y evitan cruzarse palabra hasta que descubren una manera de relacionarse. Lidia, una mujer sola y atractiva, interesada en ganarse la vida brindando placer a Paulino Morais. Doña Carmen y Emilio Fonseca, unidos solamente por su hijo Enrique, se soportan con dificultad y solo esperan el día en que cada uno pueda sanar sus nostalgias. Anselmo y Rosalía, padres de Claudia –una hermosa joven que necesita trabajar para ayudar en la supervivencia de la familia- viven sólo para su hija y en ella depositan toda su seguridad.

Seis familias que sobreviven en un infierno que las hace cómplices de las vivencias de los otros y las obliga a juzgar las apariencias sin piedad. Con una mirada insensible, Saramago pasa de casa en casa y por cada uno de los personajes explorando sus rutinas diarias cargadas de pobreza y cobardía, y mostrando sus pequeñas ilusiones en un intento por rescatar su dignidad. Destaca también el trato dado a las mujeres, en el que predomina la humillación, la censura y la negación de sus capacidades. Son todos personajes reales, atrapados en sus propias vidas y reflejados con una narrativa cuidadosa, de ritmo firme y absorbente. LVV


Un libro “perdido y hallado en el tiempo” como lo asegura Pilar del Río, viuda y traductora de Saramago.
Un libro que causó dolor a su autor “por la humillación de no haber recibido nunca una respuesta”.

Un libro que tiene más valor cuando se lee su dedicatoria, a su abuelo Jerónimo Hilário, el hombre más sabio que conoció, aunque no sabía leer ni escribir.

viernes, 26 de julio de 2013

DÉBORA ARANGO


El gran tema del arte en Colombia es la violencia y duele saber que de eso se alimenta, aunque nuestros artistas suelen nombrar el conflicto como una metáfora y hacer de él una catarsis que repara y sana. Lejos está la premisa de hacer el arte por el arte. A ellos les cuesta desligarse de la realidad, de lo que tienen cerca que está manchado de sangre, sufrimiento y dolor. Buscan entonces la manera de hacer el duelo, lamentar lo perdido y encontrar espacios para mirar el mundo con otros ojos. 
 

Y a eso llegó la pintora antioqueña DÉBORA ARANGO (1907-2005), de tendencia expresionista, que fue criticada por la sociedad del siglo pasado que la condenó al ostracismo y solo fue reconocida en la década de los años 80. Se dice que esta pintora rebelde y audaz mostró la realidad sin velos, de manera cruda y descarnada. Los políticos, la iglesia y los militares colombianos no se salvaron de sus fuertes críticas a través de la pintura, y sus desnudos fueron escandalosamente censurados, más aún al verlos firmados por un nombre de mujer. En sus obras hizo una denuncia al trato dado a la mujer carente de derechos y de posibilidades de elegir y ser elegida, como también reflejó la situación social del momento que le tocó vivir. No temió alejarse de lo estético y sus personajes como prostitutas, monjas y obreros tienen una representación caricaturesca que va más allá de lo físico hasta buscar lo más descarnado de la cotidianidad. Por fortuna, toda su producción finalmente vio la luz y se le reconoció su valor como un Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional. Débora nos dejó un legado de autenticidad, coherencia y compromiso social. LVV


"Yo concibo el arte como una interpretación de la realidad y es esto lo que me posibilita el llegar, a través de él, a la verdad de las cosas: sacar a flote lo oculto, lo falso, lo que no se puede manifestar abiertamente».

“La vida, con toda su fuerza admirable, no puede apreciarse jamás entre la hipocresía y entre el ocultamiento de las altas capas sociales: por eso mis temas son duros, acres, casi bárbaros; por eso desconciertan a las personas  que quieren hacer de la vida y de la naturaleza lo que en realidad no son...". 
 
“Yo pinté la ausencia: la ausencia de amor, la ausencia de desnudez, la ausencia de complicidad, la ausencia de vida, la ausencia de ternura, la ausencia de justicia”.
 
 "Yo fui pintando lo que fui viendo".
 

sábado, 8 de junio de 2013

MEMORIA POR CORRESPONDENCIA de Emma Reyes

A ti te parecerá extraño que yo pueda contarte en detalle y con tanta precisión los acontecimientos de esa época tan lejana. Yo pienso como tú, que un niño de cinco años que lleva una vida normal no podría reproducir con esa fidelidad su infancia. Nosotras, tanto Helena como yo, la recordamos como si fuera hoy y la razón no te la puedo explicar. Nada se nos escapaba, ni los gestos, ni las  palabras, ni los ruidos, ni los colores, todo era ya claro para nosotras”. 


Emma Reyes "Rostro" (detalles, 1958).

Realmente Memoria por correspondencia toca el corazón con cada una de sus veintitrés cartas en las que con un lenguaje sencillo, su autora Emma Reyes, nos cuenta sus primeros años de vida. Y resulta conmovedora su lectura por el contenido de sus vivencias  cargadas de dolor, miseria, hambre, abandono y desprecio. Sin embargo, no están hechas con el ánimo de conmover sino de mostrar cuánto puede soportar una persona las ignominias de la vida, cuánto valor se puede tener para enfrentarlas y cuánta memoria para retenerlas sin dejar pasar el más mínimo detalle. 
 
“… Se acercó a la grande puerta y puso primero el canasto y luego el Niño bien arrimado contra la puerta y cuando empezó a cubrirle la cabecita con la cobija me di cuenta que habíamos ido para abandonarlo; quise gritar y no pude, las piernas me temblaban, como un resorte salté en dirección de la puerta. Betzabé me alcanzó a agarrar de una pierna, yo me tiré al suelo y empecé a dar golpes con la cabeza contra la tierra, sentí que me ahogaba, Betzabé se esforzaba por alzarme pero yo me agarraba a las plantas y me contorsionaba como una lombriz. Casi al oído me suplicaba levantarme, no hace ruido y correr antes de que alguien se despertara; yo seguía amarrada a las plantas y con la cara pegada a la tierra, creo que ese momento aprendí de un solo golpe lo que es injusticia y que un niño de cuatro años puede ya sentir el deseo de no querer vivir más y ambicionar ser devorado por las entrañas de la tierra. Ese día quedará sin duda como el más cruel de mi existencia”.                                                                                    
“Tenemos que salvar sus almas.
Las dos superioras siguieron discutiendo sobre la importancia de salvar nuestras almas. 
Cuando sonó una campana, nos dijo de besar las manos de la Superiora y saludarlas. 
La vieja y la joven nos hicieron cruces, las dos agacharon la cabeza y salieron sin decir nada.
Sentimos de nuevo el ruido de las llaves y de las cadenas; cuando la puerta se abrió
entró un rayo de sol en el salón, en el piso se veía la sombra de las dos monjas que se alejaban.
 La puerta se cerró detrás de ellas y a nosotros nos separó del mundo por casi quince años”.

Con su voz de persona mayor va a sus tres o cuatro años y desde allí trae los recuerdos más lejanos de su infancia con su hermana Helena, el  pequeño llamado “Piojo” y la señora María, a quien describe como dura y severa, cargada de pelo sobre su rostro que sólo producía miedo. Con ellos inicia un largo camino lleno de innumerables dificultades que la va dejando cada vez más sola y abandonada, hasta terminar en un convento con Helena en los largos años de su infancia y adolescencia.  De Bogotá a Guateque, de Guateque a Bogotá, de Bogotá a Fusagasugá, y de allí de un convento a otro es el recorrido doloroso de esta niña que apenas conoció su verdadero nombre un tiempo después de llegar al convento. Se le llamó "Nené", "la nueva", "sucia", "china cochina", "hija del pecado", "india salvaje", "bizca", y al ser llamada Emmma se sorprende como también lo hace cuando oye hablar de Dios y de la Virgen, del cielo y del infierno, del diablo y de múltiples creaciones de la iglesia católica, totalmente desconocidas para ella.  Todo esto acompañado de tareas y castigos que le dieron a esta época un matiz tan oscuro que fue imposible borrar las huellas dolorosas de su primera infancia. Sus cortas alegrías y pequeñas sorpresas relatadas de manera jocosa pesaron poco frente al dechado de humillaciones que recibió en nombre de una comunidad religiosa de la provincia colombiana.  Aprendió a bordar con excelente desempeño, aunque al terminar su relato no sabía aún leer ni escribir. En cambio, ya sabía cómo burlar las ofensas recibidas y de alguna manera cómo enfrentar los retos de la vida.

Cantidad de recuerdos llenan las páginas de este libro -escrito a modo de cartas para el amigo y confidente Germán Arciniegas entre 1969 y 1997-  que fue imposible soltarlo de mis manos en menos de dos días. Sorprende la sinceridad de sus palabras, la intimidad de su relato y el hecho de contar su historia con una fuerza narrativa que atrapa y deja un sorprendente apego en sus lectores.  LVV   

lunes, 27 de mayo de 2013

MEMORIAS DE UN SINVERGÜENZA DE SIETE SUELAS de Ángela Becerra

“Vale la pena haber amado aunque sea solo una vez en la vida”.
 
“El amor es algo espontáneo que nace del fondo del ser y no obedece a ninguna estrategia”.

Resulta tentador asistir a nuestro propio funeral y ser conscientes de las vivencias y reacciones de cada uno de los asistentes ante nuestro deceso. Seguramente encontraremos seres acongojados por nuestra ausencia, otros participarán de una ceremonia a la que se llega  por compromiso social, y  también habrá quienes puedan disfrutarla porque significa un cambio en sus vidas que favorece sus intereses. Esto sucede en el libro Memorias de un sinvergüenza de siete suelas narrado por Angela Becerrra quien le da la palabra a tres personas en diferentes momentos. Una es Francisco, el protagonista de la historia, un hombre que salió de la pobreza extrema hasta llegar a conquistar la esfera más encumbrada; él muere, y ve pasar frente a su féretro innumerables personajes de toda clase y condición social, que llegan allí buscando al amigo fallecido o al enemigo que supo burlarse de ellos y necesitan pedirle cuentas. Las otras dos son mujeres que representaron un papel cercano en la vida de Francisco: Morgana su esposa rencorosa y vengativa, con quien ha tenido siete hijos y disfruta de su estado porque la ha hecho completamente infeliz; y Alma, su cuñada y primer y único amor que lo llora desconsolada, atreviéndose a desprender el velo de las apariencias sociales. Todo esto sucede en Sevilla, en el seno de una familia distinguida con fuerte protagonismo social y múltiples pecados que enmascara el dinero y la fama.

“Del odio se aprende mucho y rápido, quizás mucho más que del amor. Es un tipo de sentimiento que no puedes compartir con nadie por considerársele algo oscuro y rastrero que se adentra en el mundo de las bajas pasiones”.
 “No existe edad para la soledad. Es una bestia que ataca en cualquier momento”.
Una muestra del típico donjuanismo, de esa adicción a la seducción compulsiva que todavía hace mella en la sociedad del siglo XXI, muy propia de la cultura latina. Un seductor de mujeres, cínico, tramposo, embaucador, corruptor de políticos, conquistador de títulos y negocios, escalador de posiciones, manipulador de sentimientos, un sinvergüenza se siete suelas es el personaje central cargado de amor, odio, traición y seducción. Rompe con los límites del comportamiento humano y muestra marcados contrastes que van desde la máxima frustración hasta el máximo odio y erotismo. Cuesta entender su amor desmedido por Alma, aquella niña que conoció en su infancia y no ha podido olvidar, ni siquiera ahora cuando lo aterriza su repentina muerte, poniéndolo frente a su pasado.  A la vez, ella lo sorprende regalándole sus lágrimas y su tristeza. Un contraste fuerte en esta novela marcada por la agilidad y el humor.
Una obra que intenta darle un toque de realismo mágico, tan propio de la narrativa hispanoamericana del siglo pasado, pero resulta artificioso ese intento. Los pavos reales que utiliza como prueba de las multiples conquistas de su protagonista aparecen de una manera forzada y no logran impactar con su presencia, como tampoco producir el efecto demoledor en la vida de Francisco cuando eran sacrificados por Morgana. Por fortuna, puede sobrevivir la novela sin ellos. Sí, en cambio, muy valiosa la habilidad narrativa de la autora, esa capacidad de hacer el relato en tres personas, de hablar como un hombre, y de divertir en esa carrera loca de 81 capítulos y 453 páginas. LVV
“No hace falta morirse para saber que uno nace solo y muere solo. El acto de la muerte es un acto tan solitario… sin duda el más solitario de nuestra existencia”. 

domingo, 26 de mayo de 2013

LO QUE NO TIENE NOMBRE de Piedad Bonnett

“El dolor se apacigua al ser compartido con otros”
Parece comprensible la búsqueda de un desahogo diferente al de las lágrimas, y es a través de las palabras.  Son ellas el instrumento útil para abrir y cerrar las heridas, para atrapar en la memoria las vivencias de los seres ausentes, para retenerlos con una expresión móvil llena de recuerdos que no mueren. Así duela, así su autora, la escritora colombiana Piedad Bonnett, una madre valiente y generosa, se acerque a ese estado desconocido para muchos que raya con el delirio y la desesperación. Lo hace a la manera de un segundo parto, como ella misma lo dice, con dolor –un inconmensurable dolor-, pero también con satisfacción porque permite el cambio de la relación de su hijo con el mundo. Una manera especial de ayudarlo a encontrar la paz que no tuvo durante los últimos años de su vida, a pesar de que “Daniel no saltó, sino que voló en busca de su única posible libertad”.
Quizás resulte más fácil captar su dolor cuando se tiene un hijo de la misma edad que también está lejos del país buscando su crecimiento intelectual, cuando nos separan dos o tres años de vida, y cuando se es mujer y se está cerca de la literatura (en mi caso como lectora). Y no fue fácil. En tres tiempos abordé su lectura para poder digerir esta historia que conmueve y nos acerca a una realidad que parece lejana, pero que sentimos cerca por la sinceridad y el corazón de madre plasmados en cada una de sus páginas. Difícil para la escritora aceptar la enfermedad de su hijo, y más difícil aún su muerte que llega como una ráfaga asesina asestando el más duro golpe jamás vivido.
“¡Cómo iba a morirse alguien que estaba tan vivo!
¡Cómo iba a morirse él, que adoraba a Nueva York, y el parque con el sol y los conciertos y las mujeres bonitas!” 

Era necesario revivir los momentos cargados de gloria y de desesperación de un hijo inteligente, reflexivo, con sentido crítico, creativo, dedicado a su arte y a sus estudios, a esa lucha por un futuro digno, acorde a sus ideales. 

Era necesario rescatar los sentimientos de madre que conoce y confía en las capacidades de su hijo y espera el día en que sus sueños levanten vuelo porque han conquistado lo que tanto han luchado.
Era necesario auscultar en el mal de Daniel y llamar por su nombre a una enfermedad que a pesar de los avances de la ciencia choca aún en la mente de los especialistas, incapaces de acercarse a ella de manera adecuada.
Era necesario “lidiar con las palabras para tratar de bucear en el fondo de su mente, de sacudir el agua empozada buscando, no la verdad que no existe, sino que los rostros que tuvo en vida aparezcan en los reflejos vacilantes de la oscura superficie”.
Era necesario acercarse a su dolor y tratar de exorcizar el fantasma de su soledad y de la incomprensión de “esta tragedia brutal, intempestiva y aparentemente absurda”.
Era necesario finalmente levantar ese fantasma para dialogar con él e intentar darle un nombre, aunque no lo consiga. LVV

http://www.semana.com/cultura/articulo/vivir-duelo/336873-3

miércoles, 15 de mayo de 2013

EL LIBRO DE MI MADRE de Albert Cohen


"Amor de mi madre, nunca más. Yace en su cuna definitiva, la bienhechora, la dulce pródiga. Nunca más estará aquí para reñirme si me imagino cosas. Nunca más para alimentarme, para darme la vida, para darme a luz cada día. Nunca más para hacerme compañía mientras me afeito o mientras como, vigilándome, pasiva pero atenta centinela, intentando adivinar si de veras me gustan esos rombos de nuez que me ha preparado. Nunca más me dirás que no coma tan aprisa. Me encantaba que me tratase como a un niño".
 
 
 Dos personas tocaron las páginas de este libro e incursionaron en su lectura, mientras mis ojos y mi mente, lograban pegarlo a mis manos. No fue fácil. Los comentarios previos de quienes se acercaron a él, no fueron muy complacientes. Mi sobrina, de 17 años, lo rechazó una vez terminada la segunda página con el argumento de encontrar molesto el relato sobre una madre muerta. Igualmente, mi amiga, de 62 años, lo soportó unas horas mientras me esperaba en una cita, pero le fastidió demasiado el tema repetitivo de la ausencia de la madre, y el no poder avanzar en su lectura. En cambio yo lo terminé. Triste, muy triste el relato. Pesado, muy lentos los acontecimientos. Sin embargo, pude descubrir la razón de este dolor. El dolor de un hijo por la muerte de su madre, un dolor que sabe a pesadumbre y arrepentimiento, un dolor que se prolonga por la desdicha de su ausencia.

Imposible recuperar a su madre y rehacer con ella los momentos que la tuvo cerca. Imposible también manifestarle su amor y abrir las puertas a una relación que careció de completa entrega. Nada podrá regresarla a la vida. Ni la entrega desmedida de ella a la maternidad, esa locura de afecto que siempre regaló a su hijo, sin importarle sus desplantes. Así la espere tras la puerta, ya no aparecerá, ni será su sombra para guardar todas sus locuras y debilidades. Siempre sabrá que no fue sincero en su amor a ella, que muchas veces acudió a sus llamados por obligación y retardó sus encuentros por otras citas más tentadoras. Infancia y juventud son perdonados. ¿Y qué decir cuándo se hizo grande y de nuevo falló? Entonces, vale la pena este relato, a modo de reivindicación. Como también es válido el incursionar en este tipo de literatura florida y casi barroca como la que nos presenta Cohen. LVV
"¿Quién duerme?, pregunta mi pluma.
 ¿Quién duerme, sino mi madre eternamente, quién duerme sino mi madre que es mi dolor?"


martes, 23 de abril de 2013

LEER PARA VIVIR

Leer para vivir

La literatura es un mundo que nos permite volar, entender la historia, las artes, la vida. Un universo en el que podemos aprender, divertirnos, soñar y sentirnos menos solos. Seguramente si descontáramos de nuestro bagaje emocional e intelectual todos los libros que hemos leídos, seríamos mucho menos nosotros mismos. Se nos restarían muchos años y sensaciones. Y es que la lectura es mucho más que un pasatiempo, es una forma de acercarte al mundo y de comprenderlo. Quienes leemos sabemos que aquello que nos permiten los libros no podemos obtenerlo de ningún otro modo.
 
“Leer para vivir” porque los libros son esos compañeros perennes que siempre estarán ahí junto a nosotros; porque una vez leídos, se vienen con nosotros, a vivir nuestra existencia.

viernes, 19 de abril de 2013

EL OLVIDO QUE SEREMOS de Héctor Abad Faciolince

“La memoria es un espejo opaco y vuelto añicos, o, mejor dicho, está hecha de intemporales conchas de recuerdos desperdigados sobre una playa de olvidos”.
 
 
“Cuando uno lleva por dentro una tristeza sin límites, morirse ya no es grave”.
“Siempre me ha parecido que los despiadados carecen de imaginación literaria –esa capacidad que nos dan las grandes novelas de meternos en la piel de otros-, y son incapaces de ver que la vida da muchas vueltas y que el lugar del otro, en un momento dado, lo podríamos estar ocupando nosotros: en dolor, pobreza, opresión, injusticia, tortura”.

Tarea difícil la de luchar contra el olvido. Un olvido que se justifica por la calidad de seres finitos que somos, la clara realidad de que estamos condenados a morir. Y morir significa desaparecer y ser olvidado. Sin embargo, en este caso, la vida ha sido capaz de triunfar y de vencer los odios ante la desaparición violenta de un padre grande y de un colombiano valiente que entregó su vida por un país que no se cansa de soñar con la paz. Es la tarea de este “memorial de agravios” que nos toca el alma y ayuda a grabar en la memoria  una historia que continúa repitiéndose, pues no ha llegado a su fin.

Hector Abad Faciolince nos permite entrar en su vida y en la de su familia, en su pensamiento y en su corazón, en su presente y en su pasado. Nos regala los mejores recuerdos de su vida familiar, que seguramente muchos  pudimos compartir con el mayor afecto y rememorar momentos de nuestra infancia y adolescencia en el seno de un hogar donde también existió un padre grande y generoso, una madre fuerte y luchadora, y un buen número de hermanos que ayudaron a forjar un futuro con dificultades, pero con inmensos retos.

Leerlo es conocer cada uno de las personas, momentos, y situaciones que lo formaron como ciudadano, como escritor y como hijo, ferviente admirador de su padre, el médico y profesor universitario Héctor Abad Gómez. Increíble la tolerancia de éste, la comprensión y el apoyo sin límites que le brindó a su familia. Ningún padre podría parecérsele. Ninguno con sus capacidades, su coraje frente a la adversidad y su entrega desmedida a una causa ajena a su condición social, pero cercana a su esencia de hombre con ideales de patria en sus venas.

Y también tuvimos que sufrir su angustia y su dolor a través de esta novela. La Colombia de antes, la de ahora y quizás la del futuro no merecen su sacrificio. Bajo su cielo, cargado de nubes negras, tejió una lucha contra la injusticia social y contra la violencia que muchas veces su hijo asemejó a “dar alaridos en el desierto”.  Nunca lo callaron  las desapariciones, las torturas, las protestas reprimidas con sangre, los secuestros y los asesinatos. Siempre luchó por una sociedad más justa, lejos de la pobreza y de la miseria, y por encontrar condiciones mínimas de subsistencia para los menos favorecidos. Su desmedido amor a la familia, al arte y a la justicia no fueron suficientes para cambiar esta historia. Conmovedora hasta las lágrimas. LVV 
“Son necesarios el conocimiento, la sabiduría y la bondad para enseñar a otros hombres”.
 
"Se justifica vivir si el mundo es un poco mejor, cuando uno muera, como resultado de su trabajo y esfuerzo”.
“Debemos trabajar para el presente y parael futuro, y esto nos traerá mayor goce que el disfrute de los bienes materiales. Saber que estamos contribuyendo a hacer un mundo mejor, debe ser la máxima de las aspiraciones humanas”. 
                                                  “… la única venganza, el único recuerdo, y también, la única posibilidad de olvido y de perdón, consiste en contar lo que pasó, y nada más”.

lunes, 18 de febrero de 2013

"ESTAMBUL Ciudad y recuerdos" de ORHAN PAMUK


Amor y desamor destila Pamuk a través de sus palabras en la novela ESTAMBUL. Todas sus vivencias y recuerdos ligados a esta ciudad que lo vio nacer, crecer y desarrollar su mundo juvenil están cargados de una sombra de tristeza y soledad, pero también de un afecto indescriptible por ella. Así, a través de la descripción de su hogar, su familia, sus amigos, su colegio y su entorno percibimos una sombra que lo envuelve con toda la riqueza que lo rodea y también con la pobreza y miseria que no lo dejan libre. Porque muchas personas, lugares y situaciones encuentran espacio a través de sus palabras, y es él quien les da el color y la textura que percibe de diferentes modos. Al final podemos decir que nos describe una ciudad llena de encanto y misterio, una ciudad para extranjeros que encuentran “exótico” su pasado, una ciudad que ve con amargura porque “le cuesta liberarse de su pobreza y su miseria”, una ciudad que acepta con “resignación y orgullo”, una ciudad oscura.



“¿Por qué amaba no los paisajes de Estambul que les gustan a los turistas y que se imprimen en las postales, todo sol y rosas, sino los callejones sombríos, las tardes, las frías noches de invierno, la gente medio en penumbra que apenas se aprecia bajo la pálida luz de las farolas y las imágenes de las calles adoquinadas que ya iba olvidando todo el mundo y la soledad de la ciudad?”



Orham Pamuk nace en una familia acomodada, con muchos rasgos de las otomanas estambulíes, y comparte su hogar con sus padres y su hermano mayor. Difícil para él competir con su hermano por el amor de su madre, y más aún por el cariño de su padre, un hombre “satisfecho con la vida y consigo mismo”, pero con frecuencia alejado del hogar. Contó con el cariño y la compañía de toda la familia Pamuk que habitaba el edificio del mismo nombre y también fue testigo de todas sus peleas y desavenencias. Muy protegido y cuidado por su madre y abuela quien dio a sus nietos el nombre de los sultanes de los años gloriosos de la fundación del Estado otomano. Compartió con él el gusto por la lectura y vaticinó que su nieto tendría algún día mucho éxito en la vida hasta lograr que “el nombre de la familia Pamuk se escuchara con respeto”. Por su parte, su madre -que fue su cómplice en su entrega desmedida a la pintura- vivió con temor su posible dedicación a este arte en el futuro e hizo votos para que terminara su carrera de arquitectura y se dedicara a ella o a otro negocio semejante. 



“Tú también sabes que en este país nadie puede ganarse la vida con sus cuadros. Tendrás que arrastrarte, te despreciarán, te humillarán y te pasarás la vida acomplejado, angustiado y lleno de suspicacias. ¿Te parece eso adecuado para alguien tan inteligente, guapo y lleno de vida como tú?”.




El gusto por el dibujo o “ese goce de crear algo de la nada” y que fuera aceptado por los suyos fue su primer contacto con el mundo creativo. Esa relación interminable con “el olor y la presencia del papel” y con una actividad que lo liberara del aburrimiento del presente y lo uniera a ese hábito placentero e infantil de refugiarse en la belleza de Estambul lo llevó a estar más cerca de su paisaje, del atractivo Bósforo con su embarcaciones, de sus calles y sus viejas mansiones. Los pintó y disfrutó de su trabajo. Más tarde y para sorpresa de todos fue cambiado ese placer por el de escribir. Un placer que termina regalándonos este bello retrato de su ciudad y de su vida en ella. LVV